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Éste es un artículo de opinión, su contenido expresa la postura de su autor, Isaías A. Márquez.
Intempestiva y desapacible, la COVID-19 ha lacerado, animosamente, a la industria petrolera en momentos de tensión cuando hay sobreproduccción. Nunca habían coincidido dos hitos paralelos de demanda y producción superavitaria; tras la II Guerra Mundial, COVID-19 representa la sacudida más relevante del sistema energético mundial, cuya caída de demanda minimiza el impacto de la crisis del 2008 y resulta, claramente, en una baja anual récord de emisiones de gas carbónico, en casi un 8%. Paradójicamente, los precios han caído, uno de los efectos más inmediatos y devastadores.
Sin embargo, aun desde antes de esta crisis ya había sobreproducción y, desde 2016, los países OPEP junto con otros; particularmente Rusia, habían acordado recortes de producción a fin de promover el alza de los precios del crudo; estrategia enmarcada sobre un entorno geopolítico de una pugna declarada entre las grandes potencias y, obviamente, Washington/Moscú.
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De siempre, el mundo petrolero ha vivido muchos impactos. Pero, ninguno había desfasado tanto a la industria tal y como ocurre, actualmente, por la COVID-19: los precios del crudo bajan; asimismo, su impacto se extiende hacia todas las cadenas mundiales de suministro petrolero y, en efecto, a otras áreas del sector energético a una caída abrupta de la demanda mundial de energía por reducción de consumo del combustible, cuando durante la Covid-19 los precios del petróleo tienden a la baja.
Se reduce el consumo de combustible; principalmente, del sector transporte, por resguardo de la población, a lo que se suma los recortes de producción de la OPEP; el volumen del colapso de demanda de petróleo es muy superior a la capacidad ajustable de la industria petrolera, cuando casi un tercio de la población mundial se halla bajo algún tipo de cerco a causa de la COVID-19 por lo que el flujo hacia la demanda resulta un imponderable, al menos mientras predomine la incidencia sociosanitaria mundial por lo que la acumulación de reservas de petróleo supera a la capacidad de acopio disponible e induce, más aún, al descenso de los precios.
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