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Desde el siglo pasado, el nivel de los océanos ha ascendido una media de 19 centímetros, y su temperatura media ha aumentado en 0.9 ºC. Los polos reducen su cantidad de hielo año tras año, y el fitoplancton desaparece paulatinamente, arrastrando tras su caída la producción de oxígeno. El mismo agua que nos dio la vida parece destinada a cargar con el peso de nuestra civilización. Y, sin embargo, los propios mares ofrecen una solución para aminorar estos cambios: las reservas marinas protegidas.
Un equipo de investigación liderado por el doctor Robert Callum, de la Universidad británica de York, ha publicado hace unos días un estudio que analiza los efectos mitigadores de las áreas marinas protegidas, o MPA’s (Marine Protected Area), a través del análisis de 145 estudios previos. Las reservas marítimas protegidas son, según explica Mar Otero, experta del programa Med Marino, de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), “un espacio geográficamente delimitado, normalmente en la línea costera, cuyo objetivo principal es mantener la biodiversidad marina del área a largo plazo”.
“El cambio climático tiene consecuencias devastadoras en todas partes” analiza Otero, “pero el tamaño y la capacidad de absorción del mar disminuye la percepción que tenemos sobre sus efectos en él”. “Las áreas marinas protegidas aumentan la resiliencia”, es decir, la capacidad de adaptación y respuesta del medioambiente marino, “y reducen la presión que ejercemos contra el litoral, al tiempo que nos permiten aislar individualmente los efectos que el cambio climático provoca en la fauna y flora, y comprender mejor sus consecuencias”.
El artículo de Callum analiza cinco consecuencias del cambio climático en los mares que las MPA’s contribuyen a mejorar; como la acidificación. “La acidificación”, explica Pilar Marcos, bióloga marina y responsable de la campaña Océanos de Greenpeace, “se produce cuando el océano absorbe grandes cantidades de CO2, y su pH desciende como resultado directo. Desde la época pre-industrial hasta hoy, los mares han absorbido un 30% de todo el CO2 que hemos expulsado a la atmósfera, además de asimilar el 90% del calor atmosférico acumulado”.
Como resultado, la capa superficial marina se ha vuelto un 26% más ácida, pero el estudio de Callum señala que las praderas y los humedales costeros de las áreas marinas protegidas (manglares, praderas, marismas…) poseen, por lo general, una alta frecuencia de fotosíntesis, lo que crea zonas que funcionan como sumideros de carbono, reduciendo el CO2.
Otro de los efectos que el cambio climático ha inducido en los océanos es el aumento del nivel del mar, condicionado principalmente por el agua derretida de los casquetes polares. “Sin embargo, las barreras marítimas naturales”, relata Marcos, “como la posidonia en el Mediterráneo, o el coral en el Caribe, amortiguan el efecto y ralentizan el proceso de elevación de las aguas”.
La tesis de Callum señala que, al crear una reserva marítima y evitar que el área se sobreexplote o se drague, contribuimos a mantener su función como defensa costera. Una función que, además, tiene una ventaja frente a las barreras artificiales: las barreras marítimas naturales crecen, y pueden seguir el ritmo de elevación del mar, contribuyendo a mantener un equilibrio entre ambos.
Este texto apareció originalmente en el diario El País, puedes encontrar el original aquí.
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