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Cerro Pabellón en Chile parece una plataforma petrolera y funciona de manera similar. De hecho, muchos de los hombres con overoles gruesos de color azul y cascos blancos que operan la maquinaria alguna vez trabajaron extrayendo crudo.
Pero ahora están rodeados por volcanes nevados y, lidiando con las dificultades para respirar hondo a 4,500 metros por encima del nivel del mar, se dedican a utilizar el vapor que emana de la tierra como empleados de la primera planta geotérmica de América del Sur.
La planta, con capacidad para proveer electricidad a 165,000 hogares, es un nuevo paso en la transformación de Chile hacia las energías limpias. La red eléctrica de la nación incluye parques eólicos y amplias granjas solares; es una de las más ambiciosas en una región determinada a reducir su dependencia de los combustibles fósiles.
América Latina ya tiene la electricidad más limpia del mundo, pues ha dependido por mucho tiempo de represas para generar buena parte de su electricidad, de acuerdo con el Banco Mundial.
Más allá de tales proyectos hidroeléctricos, las inversiones en energías renovables se han disparado en la región: son once veces mayores en comparación a 2004 y tienen una tasa que casi duplica la mundial, según un reporte de 2016 de la Agencia Internacional de las Energías Renovables (Irena, por su sigla en inglés). Chile, México y Brasil están entre los diez principales mercados de energía renovable en el mundo.
Dados los avances hechos en Latinoamérica en la transición hacia fuentes de energía más verdes, la decisión del actual gobierno de Estados Unidos de retirarse del Acuerdo de París –para poner fin a una supuesta “guerra contra el carbón”– causaron confusión y dejaron perplejos a muchos funcionarios y ejecutivos de la industria en la región.
“Es irracional, como si alguien se hubiera quedado dormido durante diez años y ahora se rehúsa a despertar”, dijo James Lee Stancampiano, gerente de desarrollo de negocios para Sudamérica de Enel Green Power, empresa italiana que ha desempeñado un papel destacado en impulsar los cambios al sector energético chileno. “Las renovables las vemos como un tren que nadie puede parar”.
Incluso en Argentina, donde no han avanzado tantos proyectos de energías limpias como en el resto de Latinoamérica, invitó a empresas internacionales el año pasado a concursar en propuestas renovables y declaró que 2017 es el “año de las energías renovables” con el objetivo de que el 20% de sus necesidades energéticas sean abastecidas por fuentes limpias hacia 2025; la cifra actual es de 2%.
En México el 21% de la demanda energética es abastecida en la actualidad por energías limpias; el plan es que ese porcentaje aumente a 35% para 2024.
Los funcionarios chilenos tienen una pretensión aún más ambiciosa: dicen que al paso actual, para 2050 el país podrá obtener el 90% de su consumo eléctrico de fuentes limpias, el doble de la cifra actual.
La infraestructura de energías verdes del país, que se ha expandido, ha reducido a la vez de manera significativa el costo de producir electricidad y ha ayudado a que la nación que alguna vez dependió de energía importada se vuelva una central de renovables que incluso podría ayudar a que sus vecinos tengan cómo prender la luz.
De acuerdo con Gabriela Elizondo, analista principal de energía para el Banco Mundial, la razón del impulso en parte se debe a los eventos climáticos severos como sequías o inundaciones que dificultan la dependencia de las plantas hidroeléctricas y han llevado a los países de la región a diversificar sus fuentes de energía.
“Este es el motivo principal el que las renovables no convencionales –es decir eólica, solar y geotérmica– han comenzado a despegar, sobre todo en los últimos cinco años”, dijo Elizondo. “El despegue ha sido espectacular”.
Hace una década, varios líderes latinoamericanos expresaron preocupación de que sus sectores energéticos no soportaban la presión, ya que después de un crecimiento económico sostenido en el que millones de personas pasaron a la clase media el consumo eléctrico se disparó. Chile era de las naciones más vulnerables en este sentido al no tener prácticamente fuente alguna de combustibles fósiles; quedó en un aprieto considerable en 2007 después de que Argentina suspendió de manera abrupta los envíos de gas natural.
“Teníamos un sector con pocos actores, poco competitivo y con precios altos”, dijo el ministro de Energía chileno Andrés Rebolledo.
La magnitud del problema fue evidente para la presidenta Michelle Bachelet durante su primer mandato, que terminó en 2010, pero no fue sino hasta que regresó al cargo en 2014 que el gobierno puso en marcha un plan para promover las energías renovables y abrir la industria energética al sector privado.
Para entonces, además de los altos costos y la incertidumbre respecto al suministro energético, había otro incentivo para cambiar de rumbo: Chile estaba en medio de una sequía prolongada que había convertido tierra fértil en desértica.
“Soy una convencida de que el cambio climático es una realidad, una realidad completa y absoluta, y la hemos vivido de manera desastrosa”, dijo Bachelet durante una entrevista reciente. “Creemos que era esencial para nuestro desarrollo económico tener energías más limpias, porque queremos que haya planeta para rato”.
En agosto del año pasado, Chile otorgó decenas de contratos a empresas locales y extranjeras en un concurso para tercerizar alrededor del 23 por ciento de lo que requeriría de energía a lo largo de la próxima década. Se prevé que en noviembre haya otro concurso público.
Algo que sin duda ha ayudado a Chile es que su geografía favorece de sobremanera el uso de energías renovables.
En el desierto de Atacama, uno de los lugares más secos y soleados del mundo, una constelación de campos solares ha vuelto al país uno de los principales mercados para producir los paneles. El sol pega con tal fuerza que los trabajadores de las granjas deben usar trajes protectores y aplicarse repetidamente bloqueador solar.
Muchas granjas eólicas adornan el desierto ubicado al norte y los 3,790 kilómetros de costa; ahora alimentan la red eléctrica nacional. Aunque la producción con fuentes eólicas y solares es irregular, las plantas geotérmicas ofrecen electricidad a todas horas. Aunque el costo es mayor, la red tiene menos afectaciones o interrupciones.
El vapor dragado desde la tierra en áreas volcánicas gracias a las plantas geotérmicas es convertido a electricidad; el vapor pasa por una estación de enfriado y se regresa a la tierra por medio de pozos de inyección.
“No es invasivo”, dijo Guido Cappetti, gerente general del proyecto, que es un emprendimiento conjunto de Enel con la Empresa Nacional del Petróleo de Chile (ENAP). “Los impactos ambientales y sociales son mínimos”.
Este texto apareció originalmente en The New York Times, puedes leer el original aquí.
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