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Tom Selänniemi, director del centro de visitantes de Haltia, cuenta que cuando un finlandés se siente amenazado corre al bosque porque “representa la paz y la protección”. El edificio está construido con madera, es energéticamente autosuficiente y está ubicado junto al parque de Nuuksio, uno de los 40 parques nacionales de Finlandia. La nación tiene cerca de 23 millones de hectáreas de bosque, lo que supone más del 75% de su superficie total. Más de nueve millones de esas hectáreas están en manos del Estado y es considerado uno de los pulmones del continente.
La relación de los finlandeses con sus bosques va más allá del misticismo. “Todos los ciudadanos pueden entrar en cualquier bosque a recoger frutos y setas; es un derecho”, comenta Antti Otsamo, jefe de desarrollo sostenible del servicio estatal forestal que gestiona esos nueve millones de hectáreas de pinos, abetos y abedules. “Nuestra misión es explotarlos, cuidarlos y protegerlos. Intentamos fomentar la economía verde”, indica.
Finlandia no cuenta, como Noruega, con reservas de petróleo. La mitad de las exportaciones del país están relacionadas con las tecnologías limpias y la bioeconomía. El sector forestal acumula el 21.6% de todas las exportaciones finesas y el Gobierno quiere que lo siga siendo en el futuro. Por eso, el sector forestal forma parte de su hoja de ruta de economía circular, un concepto en el que se engloban las estrategias para reducir el consumo de materias primas y recursos con la reutilización y el reciclaje. Básicamente, se trata de exprimir al máximo los recursos para hacer más sostenible el crecimiento económico. Finlandia acogió la semana pasada el Foro Mundial de Economía Circular, en el que han participado 1,500 especialistas.
El sector forestal está en plena transformación. Solo hay que ver las cifras de Finlandia en exportaciones de papel para impresión y escritura. En menos de una década, entre 2007 y 2016, han caído más de un 40%.
Otsamo, del servicio estatal de bosques, admite ese descenso en la producción de papel. Pero señala que otras áreas están creciendo, como la pasta de celulosa (para envases) o las relacionadas con la bioenergía. Las actividades forestales le suponen al año a esta empresa estatal unos 100 millones de euros de beneficios. Y uno de sus principales clientes es el gigante UPM.
La multinacional finlandesa que cuenta con 19,300 trabajadores en 45 países y una facturación anual de 9,800 millones de euros, también se está transformando. “Tenemos ya en marcha la transición”, apunta Sami Lundgren, vicepresidente y encargado de medio ambiente de UPM, desde la sede en Helsinki de la compañía. En 2008 el 80% del negocio de esta multinacional era el papel. En 2016 las ventas de papel ya solo representaban el 45%. En sus principales mercados, Europa y Norteamérica, el descenso medio de ventas de papel es del 4% anual.
La compañía tiene seis áreas de negocio y una de las de mayor futuro es la rama energética, es decir, la fabricación de biocarburantes a partir de masa forestal. El biodiésel, que en 2008 ni siquiera formaba parte del negocio de UPM, representó ya en 2016 el 20% de sus ventas.
“El paquete de invierno atraerá inversiones”, pronostica Marko Janhunen, vicepresidente de la rama de biocombustibles; refiriéndose al plan energético presentado por la Comisión Europea, el cual tendrá que ser acordado el próximo año entre la Eurocámara y los países miembros para el desarrollo de energía renovable durante el periodo 2020-2030. En la propuesta de Bruselas se limitan los biocarburantes convencionales, los que se elaboran a partir de productos alimenticios. Tras haber impulsado su uso, la Comisión ha rectificado su postura al entender que su empleo puede llegar a contribuir más al cambio climático que la gasolina o el diésel clásicos debido a que para plantar la soja o la palma con la que se crean esos biocombustibles se deforestan grandes áreas que hasta ahora contribuían a retener los gases de efecto invernadero.
Ahora Bruselas sí impulsará los biocarburantes de segunda generación; por ejemplo, los que proceden de masa forestal. “El biocombustible que producimos es de segunda generación y emite un 80% menos de emisiones de CO2 que los combustibles convencionales”, reivindica Janhunen. Éste procede en gran parte de esos bosques en los que los finlandeses se refugian cuando se siente amenazados.
Este texto apareció originalmente en el diario El País, puedes encontrar el original aquí.
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