Suscríbete
Los gases emitidos en EE. UU. tienen un impacto directo sobre el clima muy lejos de allí. El dióxido de azufre generado durante décadas por los países más desarrollados habría alterado las lluvias de otras regiones del planeta. En particular, un estudio muestra ahora que la progresiva reducción de este gas hará que llueva más allí donde más falta hace: en el Sahel, África.
El dióxido de azufre (SO2) que hay en la atmósfera procede de las erupciones volcánicas y en su mayoría de actividades humanas como la quema del azufre presente en combustibles fósiles como el carbón o el petróleo. Incoloro e irritante, en contacto con la humedad del aire, el SO2 reacciona y se convierte en trióxido de azufre y ácido sulfúrico.
Además de contaminar, el SO2 enfría y seca el planeta. A diferencia de otros gases que son de efecto invernadero como el CO2, las partículas de dióxido de azufre reducen la radiación solar que llega hasta a la superficie. Durante décadas, las emisiones de Europa y EE. UU. modificaron el complejo equilibrio de la circulación del aire sobre el Atlántico, provocando un enfriamiento anómalo en el hemisferio norte. Esto desplazó hacia el sur la llamada zona de convergencia intertropical (ZCIT), la región en la que los vientos de ambos hemisferios se encuentran. Al bajar la concentración de estas partículas, todo estaría volviendo a su sitio.
“Los aerosoles en determinadas regiones pueden afectar a la circulación y distribución del calor de todo el planeta”, dice el investigador de la Universidad de Columbia (EE. UU.), Dan Westervelt. Junto a un grupo de colegas, Westervelt ha estudiado el impacto de la acelerada reducción de las emisiones de SO2 sobre el clima de su país y sus consecuencias globales. En 1980, al igual que otros países desarrollados, EE. UU. aprobó leyes ambientales que limitaron al mínimo las emisiones de dióxido de azufre, en particular las del transporte y la combustión del carbón. Desde entonces, las emisiones se han reducido en un 70% y se prevé una rebaja de más del 80% de las restantes de aquí a finales de siglo.
Con esos datos, Westervelt ha modelado la situación ideal de cero emisiones de SO2 en 2100. Los resultados, publicados en el Journal of Geophysical Research: Atmospheres, muestran un aumento de la precipitación media global de un 0.7% anual. No parece demasiada lluvia, pero los porcentajes regionales pueden ser mucho más elevados. En Estados Unidos, en particular el medio oeste, las precipitaciones podrían aumentar cerca de un 10%. Los beneficios de su reducción se extenderían fuera de sus fronteras. Cifras similares de precipitaciones extra se darán sobre el Atlántico Norte, el Ártico y el Sahel africano.
“Una reducción de los aerosoles en EE. UU. provoca un calentamiento local en el hemisferio norte, lo que conlleva un desequilibrio energético que la atmósfera debe ajustar“, explica Westervelt. En concreto, la circulación del aire en los trópicos, conocida como célula de Hadley, tiene que redistribuir una cantidad extra de energía para llegar al equilibrio. “Esto provoca un desplazamiento hacia el norte de la ZCIT desde la que procede toda la lluvia que cae sobre el Sahel entre los meses de mayo y septiembre”, añade el investigador estadounidense.
Esta franja de más de 4,500 kilómetros de largo que separa el desierto del Sáhara de la sabana africana sufre sequías periódicas que han provocado algunas de las hambrunas más terribles que ha vivido el planeta en el siglo XX. Pero el desplazamiento de la ZCIT en apenas 0.35º de latitud haría que la humedad de un mar más caliente se adentrara más y más al norte, alargando la temporada de lluvias.
Westervelt no cree que la retirada de su país del Acuerdo de París sobre el cambio climático vaya a echar por tierra sus cálculos. El dióxido de azufre no está dentro del acuerdo y aunque la industria del carbón protegida por Donald Trump sea la principal responsable de sus emisiones, es más fácil filtrar SO2 que CO2. Pero sí cree que la reducción de estas emisiones y su impacto en otras regiones es un buen ejemplo de “la responsabilidad que Estados Unidos tiene para con el resto del mundo”.
Este texto apareció originalmente en el diario El País, puedes encontrar el original aquí.
Suscríbete a nuestro boletín
Lo más importante en tu buzón cada semana