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La elección del presidente Donald Trump pretende proteger la economía del país. Pero al tomar esta decisión, la innovación, inversión y la construcción de empresas ya no tendrá el apoyo de su gobierno y el premio de liderazgo en la economía del siglo XXI podría ser sacrificado por un intento de revivir la economía de combustibles fósiles del siglo XX.
Por mucho que al presidente Donald Trump “le guste el carbón”, no puede obligar a las compañías a construir centrales de carbón si la energía eólica y solar son más baratas y que hay ejecutivos lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de que una apuesta de mil millones de dólares en una nueva planta, que posiblemente sea cerrada por el sucesor, no es de un ganador.
Varios estados y ciudades continuarán en la búsqueda de un futuro verde que asegure aire limpio, agua y la promesa de estabilidad climática para sus ciudadanos. Combinados, California y Nueva York son la cuarta economía más grande del mundo.
El cambio climático es un tema global, líderes de China, India, Rusia y la Unión Europea han reafirmado su compromiso para afrontar el mayor reto que enfrenta la civilización. Lo más destacable es que China, el mayor contaminador del mundo, ha pasado de ser un rezagado del clima a ser el líder en los últimos años.
China ha demostrado que su determinación no se basa en altruismo elevado, sino en la necesidad ardua de proteger a su vasta población de la contaminación atmosférica y de los problemas de agua y alimentos que provienen de las emisiones de carbono. Además, China está llegando a dominar la oferta de tecnología de energía renovable.
La retirada sin duda trae riesgos para el resto del mundo. Incluso si se estancaran las emisiones de carbono de Estados Unidos y que no fueran compensadas por otras naciones, el progreso se retardaría y se podría acelerar el calentamiento global en un décimo de grado o dos. Eso podría ser suficiente para dejar a las naciones más vulnerables bajo las olas de un océano en ascenso.
Alternativamente, otros países podrían “castigar” a los Estados Unidos con impuestos abrumadores sobre el carbono en sus exportaciones, provocando represalias con consecuencias impredecibles.
Estados Unidos ha sido un importante financiador de programas de ayuda climática, los cuales han sido vitales para ganar a las naciones en desarrollo que ven el calentamiento global como una crisis infligida por los países industrializados. Ahora tendrán que ver quién los apoyará.
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