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Hal Wanless es el presidente del departamento de geología de la Universidad de Miami, Estados Unidos. Él lleva más de cincuenta años estudiando cómo surgió el sur de la Florida, y concluye que a una gran parte de la región le queda poco menos de medio siglo de vida.
Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (I.P.C.C.), el nivel del mar podría aumentar a más de un metro a finales de este siglo. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos proyecta que podría elevarse hasta 2 metros y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) predice un poco más de dos metros. Según Wanless, todas estas proyecciones son probablemente bajas.
“Varios geólogos, estamos viendo la posibilidad de un rango de 3 metros a 9 metros para el final del siglo“, le dijo a Elizabeth Kolbert del New Yorker.
Para hacerle frente a las inundaciones recurrentes, Miami Beach ya ha gastado como cien millones de dólares y está planeando gastar varios cientos de millones más. Tales esfuerzos son, según Wanless, inútiles, es dinero que se va por el desagüe. Tarde o temprano, probablemente antes, la ciudad tendrá demasiada agua. Incluso antes de que eso suceda, Wanless cree que las aseguradoras dejarán de vender pólizas para los condominios de lujo que bordean Biscayne Bay y los bancos dejarán de firmar hipotecas.
La cantidad de agua en el planeta es fija (y lo ha sido por miles de millones de años). Su distribución, sin embargo, está sujeta a todo tipo de reordenamientos. En la parte más fría de la última era de hielo, hace unos veinte mil años, había tanta agua en forma de capas de hielo que el nivel del mar era casi 122 metros más bajo que el nivel de hoy en día. En ese punto, Miami Beach, en lugar de ser una isla, estaba a 24 kilómetros de la costa atlántica. Sarasota (ciudad en Florida) estaba a 160 kilómetros del interior del Golfo de México, y el contorno del “Estado del Sol” parecía más un dedo delgado que un tacón grueso.
A medida que la era del hielo terminaba y el planeta se calentaba, las costas del mundo asumían su configuración actual. Hay mucha evidencia, mucha ahora sumergida, de que este proceso no fue lento, sino más bien, rápido. Alrededor de 12,500 a. C., durante un evento conocido como pulso de agua de fusión 1A, los niveles del mar aumentaron aproximadamente 15 metros en tres o cuatro siglos, una tasa de más 0.30 metros por década. El pulso de agua de fusión 1A, junto con los impulsos 1B, 1C y 1D, fue, muy probablemente, el resultado del colapso de la capa de hielo. Uno tras otro, los enormes glaciares se desintegraron y dejaron su contenido en los océanos.
A medida que las temperaturas vuelven a subir, también lo harán los niveles del mar. Una razón para esto es que el agua, a medida que se calienta, se expande. El proceso de expansión térmica sigue leyes físicas bien conocidas, y su impacto es relativamente fácil de calcular. Es más difícil predecir cómo se comportarán las capas de hielo restantes de la tierra; esta dificultad justifica la amplia gama de proyecciones.
Los pronósticos de baja calidad, como los del I.P.C.C., suponen que la contribución de las capas de hielo permanecerá relativamente estable hasta finales del siglo. Las proyecciones de alta gama, como las de NOAA, suponen que el derretimiento del hielo se acelerará a medida que la tierra se calienta. Las observaciones recientes, por su parte, tienden a apoyar los escenarios más preocupantes.
Los últimos datos del Ártico, recogidos por un par de satélites, muestran que en la década pasada Groenlandia ha estado perdiendo más hielo cada año. En agosto, NASA anunció que, para complementar los satélites, estaba lanzando un nuevo programa de monitoreo Oceans Melting Greenland, o O.M.G.
Muchas de las ciudades más grandes del mundo se encuentran a lo largo de una costa, y todas ellas están amenazadas por el aumento de los mares. Países enteros están en peligro, como las Maldivas y las Islas Marshall. A nivel mundial, se calcula que cien millones de personas viven a menos de un metro de la marea alta media y otros cien millones viven a menos de dos metros de ella. Cientos de millones más viven en áreas que probablemente se verán afectadas por crecientes ataques de tormenta.
En este contexto, de todas las ciudades del mundo, Miami ocupa el segundo lugar en términos de activos vulnerables al aumento de los mares. Un informe sobre las oleadas de tormenta en los Estados Unidos enumeró cuatro ciudades de la Florida entre las ocho que están en riesgo. Durante los últimos años, la marca diaria de agua de mar en el área de Miami ha estado subiendo a razón de casi 2.54 centímetros, casi diez veces la tasa de aumento promedio del nivel del mar global. No está claro exactamente por qué sucede esto, pero se ha especulado que tiene que ver con los cambios en las corrientes oceánicas que están haciendo que el agua se acumule a lo largo de la costa.
Los problemas de la región comienzan con su topografía. La elevación promedio del condado de Miami-Dade, es sólo de 1.82 metros sobre el nivel del mar. Otro es que toda la región consiste en piedra caliza que fue depositada durante millones de años, en el fondo de un mar poco profundo. La piedra caliza está llena de agujeros, y los agujeros están, en su mayor parte, llenos de agua.
El Distrito de Administración de Agua del Sur de la Florida, una agencia estatal, afirma que opera el “sistema de control de agua más grande del mundo”, que incluye 37 kilómetros de canales, sesenta y una estaciones de bombeo y más de dos mil estructuras de control de agua. La población depende de este sistema para evitar que sus patios delanteros se conviertan en muelles.
Cuando se diseñó el sistema, en realidad, en los años cincuenta, el nivel del agua en los canales podía mantenerse por lo menos casi un metro más alto que el nivel de la marea alta. Gracias a esta diferencia en la elevación, el agua fluyó de la tierra hacia el mar. Debido en parte al aumento del nivel del mar, la brecha se ha acortado unos 20 centímetros, y la región se enfrenta a la perspectiva desagradable de que durante las tormentas, será inundada no sólo a lo largo de las costas, sino también en el interior por el agua de lluvia que no tiene a dónde ir.
Por otra parte, los científicos que estudian el cambio climático (y los periodistas que los cubren) a menudo especulan acerca de cuándo terminará el debate partidista sobre el tema. Ya que en lugar de adoptar mayores restricciones para evitar la contaminación, el estado está haciendo lo contrario.
Mientras tanto, ellos siguen estudiando, informando y esperando que los políticos crean en el cambio climático, lo acepten y que en conjunto con la población comiencen a salvar la región que está en peligro de inundarse.
Este texto apareció originalmente en The Newyorker, puedes encontrar el original en inglés aquí.
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