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A pesar de las tensiones antiguas y de los actuales conflictos, los países árabes juntan fuerzas en la lucha contra un enemigo común: la escasez de agua. En Oriente Próximo (región más cercana al Mediterráneo) y África del Norte el agua dulce disponible se ha reducido dos tercios en los últimos 40 años. Allí cada persona tiene acceso a unos 600 metros cúbicos por año, el 10% del promedio mundial. En algunos países, como Somalia o Yemen, la disponibilidad per cápita cae a solo 100 metros cúbicos. Es la cara más concreta y actual del cambio climático.
Las olas de calor más frecuentes e intensas y la reducción de las lluvias disminuyen la humedad del suelo, la escorrentía de los ríos y la recarga de los acuíferos. Los ríos Éufrates y el Nilo serpentean cada vez menos caudalosos, por tierras cada día más secas. En su Delta, el Nilo está siendo vencido por el mar ya que el nivel de agua salada sube constantemente, comprometiendo una parte sustancial de las tierras agrícolas con las que cuenta Egipto.
“Sin agua no hay comida y, demasiado a menudo, la sequía se convierte en hambruna”, señaló José Graziano da Silva, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En un evento organizado con la Liga Árabe, en el marco de la Conferencia bienal de la FAO, Graziano da Silva subrayó que es fundamental compartir logros, intercambiar buenas prácticas y alejarse juntos de las malas. Alabó los progresos en áreas como la desalinización, la recolección de agua, el riego por goteo y el tratamiento de las aguas residuales. En esta guerra, al menos en esta, hay que hacer frente común. A su alrededor, sentados a una simbólica mesa redonda, estaban los ministros de agricultura y recursos hídricos de 16 países árabes. Todos convencidos de que “cada gota cuenta, cada gota vale”.
La agricultura representa más del 80% de todos los retiros de agua dulce en la región, alcanzando picos superiores al 90% en algunos países, incluyendo Yemen y Siria. El ministro de Jordania calculó que su país utiliza mil millones de metros cúbicos para irrigar campos y solo 500 millones para abastecer a sus ocho millones de habitantes. Por eso “es fundamental promover vías para que la agricultura y la producción alimentaria en general, utilicen menos agua y lo hagan de manera más eficiente”, instó da Silva. La demanda incontrolada de agua para la agricultura en la región ha llevado a la sobreexplotación de las aguas subterráneas, la disminución de la calidad del agua y la degradación del suelo, incluyendo la salinización. Y no va a parar.
El aumento de la incertidumbre afectará la productividad y dificultará la planificación agrícola. Cada año, cada mes, se hará más complicado cultivar trigo, arroz, legumbres y hasta hortalizas y fruta. “El crecimiento de la población y los impactos del cambio climático ejercerán más presión sobre la disponibilidad de agua en un futuro próximo”, dijo el director general.
Con el apoyo de la FAO, los gobiernos de cercano Oriente y África del norte ya han puesto en marcha programas que abordan la escasez de agua y promueven una agricultura resiliente ante el clima. Yemen y Marruecos, por ejemplo, han montado sistemas descentralizados de gobernanza de las aguas subterráneas. Egipto ha puesto en marcha un plan para recuperar hasta dos millones de hectáreas de tierras desérticas gracias a una nueva técnica de irrigación de bombeo solar y para introducir un tipo de arroz modificado que crezca con menos agua. Jordania ha implementado sus embalses para la captación de las lluvias. Omán aprendió a cultivar en invernaderos. Argelia ha mejorado en la recogida de la lluvia y en dos años piensa llegar a irrigar las dos millones de hectáreas necesarias para cubrir el 95% de su consumo de cereales y legumbres. Emiratos Árabes Unidos, donde el 80% del agua viene del mar y se somete a costosos tratamientos de desalinización, ha orquestado la primera política agrícola nacional, que abarca desde la creación de infraestructuras para la conservación del agua hasta una diminuta campaña de sensibilización entre los campesinos.
Los representantes de los diversos países tomaron la palabra para contar sus logros y tomaron nota de los otros. La colaboración es fundamental, porque “el futuro de la región árabe está estrechamente ligado al problema de la escasez de agua”, dijo el secretario general de la Liga Árabe, Ahmed Abul-Gheith.
“Hay una brecha importante entre la oferta y la demanda en la región árabe cuando se trata no solo del agua, sino también de los alimentos. Este déficit conlleva graves consecuencias políticas, económicas y de seguridad”.
Este texto apareció originalmente en el diario El País, puedes encontrar el original aquí.
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