Suscríbete
El hombre de la estereoquímica fue noticia al obtener el Premio Nobel por crear unas pequeñísimas máquinas impulsadas con energía química. Bernard Feringa (Barger-Compascuum, Holanda, 1951) inventó lo que se conoce como el primer motor molecular, con una hélice que se activa con luz y un vehículo que podría circular por nuestro cuerpo porque es mil veces más pequeño que el grosor de un pelo humano. Feringa consiguió el máximo galardón de la ciencia junto a Fraser Stoddart y Jean-Pierre Sauvage.
“Toda mi carrera estuve lidiando con la izquierda y derecha, imágenes en espejo, en el sentido de las agujas del reloj o en el sentido contrario. Distinguir la izquierda y la derecha es crucial para utilizar nuevos fármacos. Para ello teníamos que fabricar un motor que pudiera ir en dos direcciones. Esto lo aprendí cuando era pequeño, en la granja de mis padres: si te equivocas y te pones el zapato del pie izquierdo en el derecho y viceversa puede que no te des cuenta en el primer momento, pero si empiezas a andar con los zapatos cambiados te dolerá tanto que no te olvidarás de eso nunca en tu vida. De ahí la importancia de la distinción”. Así lo explicó en el 67º Lindau Nobel Graduate Meeting, que se desarrolló a principios de este verano, en Baviera, Alemania.
El resto es la escala o los plazos. La primera cuestión, la de la escala, ya la ha resuelto. Ahora a Feringa le preocupan los plazos, pero de un asunto a gran escala: el calentamiento global. Es, quizá, el más joven y el más entusiasta de la treintena de eminencias presente, el que anda recabando ideas de cómo reciclar el dióxido de carbono (CO2) entre los más de 400 jóvenes investigadores que ahí se reúnen.
“Admiro la belleza del planeta, y lo que hace la naturaleza, pero podemos hacer las cosas mejor. La paloma es fantástica, pero ahora construimos boeings que cruzan océanos”, declara Feringa , que propone mejorar la fotosíntesis.
Digamos que, además de declararse “fascinado por la dinámica de los molinos”, lo suyo parecen ser los vehículos, entre ellos los diminutos, como los nanosubmarinos que llevarán medicamentos por nuestra sangre para descargarlos en el momento preciso, en el lugar preciso. También le desvela cómo seguiremos moviéndonos en el futuro, porque “es cierto que un coche eléctrico funciona en una ciudad, pero todavía no hay manera de mover un Airbus o un gran camión sin combustible”.
En este desvelo, transita el camino de un grupo de científicos que viene pensando que, además de reducir la liberación de CO2 a la atmósfera habría que hacer algo con él, que ya está y seguirá estando disponible en el aire. Se viene hablando de capturar el CO2 y enterrarlo pero, según Feringa, lo más sensato sería hacer algo productivo con él: ¿reciclarlo en combustible?
A pedido, reflexiona en voz alta: “El mensaje básico es que las plantas, los vegetales, usan CO2 y la energía del sol para construir materiales que pueden usarse para elaborar combustibles. El proceso no es muy eficiente, lo tenemos que hacer mejor. El gran desafío es si podemos utilizar el CO2 para elaborar combustibles o gas, u otros materiales para hacer polímeros o plásticos, o lo que sea. Hay dos problemas: uno es que la concentración de CO2 es muy débil en el aire (0.04%). Tienes que extraerlo, lo que requiere el desarrollo de técnicas para separarlo del aire, no es fácil. El segundo reto: ¿cómo hacerlo reaccionar? El CO2 no es muy reactivo. Sabemos por las plantas que saben captar la energía del sol para esa reacción; ergo, tenemos el ejemplo de las plantas, pero tampoco es fácil”.
Con todas las letras: “Hay que diseñar catalizadores capaces de producir reacciones de CO2 para convertirlo en metanol; entonces tendríamos un líquido que podríamos utilizar en petróleo, por ejemplo. Pero, de nuevo, necesitamos grandes concentraciones y ahora lo tenemos muy diluido. Veo el problema de base, porque yo he trabajado en catálisis”, confiesa el científico.
¿Hay algún camino trazado? “El único ejemplo con que contamos es la madre naturaleza. Sabemos que existe la posibilidad de hacer reaccionar al CO2, pero no es lo que podríamos denominar una reacción química en un proceso industrial. Tenemos que lograr una catálisis como en la industria química. Y todavía no sabemos cómo hacerlo. Claro, hay gente que ha podido lograr la reacción del CO2, sí, una vez, pero allí no hay un proceso. Hay que aprender cómo diseñar el catalizador capaz de lograrlo. En el futuro tendremos electricidad de fuentes renovables y esa misma energía podríamos usarla para convertir el CO2 en combustible”.
Hoy el cambio climático es la prioridad de las prioridades. En esa senda, hay que conseguir conversión catalítica de la molécula inerte en combustible útil y productos químicos: “Lo tenemos que hacer en los próximos 30 años. Tendremos grandes problemas si no empezamos ahora, tenemos que ponernos a trabajar en esto. No hay otras soluciones. Debemos aceptar el reto rápidamente para trabajar en estos problemas. Podemos seguir hablando de cambio climático y repitiendo los consejos y haciendo informes. Por ahora, la única solución es usar menos energía y, en esto, el uso doméstico no es lo más importante sino la industria. Y las viejas compañías saben que en los próximos 25 años van a usar un 60% más de energía. Por lo tanto, tenemos que desarrollar nuevos combustibles, reciclar materiales y diseñar maneras de almacenar mejor la electricidad para hacer funcionar motores”.
“¿Sabes cuánto tiempo llevó desarrollar los teléfonos inteligentes?”, es la pregunta retórica que plantea, para ilustrar la urgencia del tiempo histórico. “Las invenciones fundamentales (las pantallas de cristal líquido y los transistores) que permitieron desarrollar los teléfonos que usamos hoy se hicieron en los años cuarenta y cincuenta. Esto llevó 50 años. Ojalá los combustibles vayan más rápidamente”.
Ante la insistencia por contar con claves de lo que viene, agrega: “El Nobel me asigna ahora el deber de hablar del valor de la educación y la ciencia, de por qué debería introducirse la ciencia lo antes posible en la educación para ir hacia el futuro. Hay que animar a los jóvenes talentos, porque ellos definirán el contorno de la sociedad en 30 años y debemos aceptar a tiempo estos desafíos, para convencer a los políticos. Ese es nuestro deber. Por favor, háganme estas preguntas. Porque los políticos no van a resolver estos problemas, solo van a recomendar usar menos el aire acondicionado o el coche. Van a hacer campañas, también está bien. Nosotros tenemos que encontrar nuevas soluciones para la industria”.
Este texto apareció originalmente en el diario El País, puedes encontrar el original aquí.
Suscríbete a nuestro boletín
Lo más importante en tu buzón cada semana