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Armado con un poco de tecnología y un pequeño avión, Greg Asner vuela sobre los bosques y arrecifes más grandes del mundo. Él cree que proteger el planeta y fomentar el desarrollo económico no tiene que ser mutuamente excluyente.
Durante años, Asner ha llevado a su laboratorio aerotransportado, un viejo avión de 20 plazas ahora equipado con escritorios, ordenadores y con la última tecnología de cartografía, a todo el mundo, desde los bosques de Malasia hasta los arrecifes de coral en Hawái. Las herramientas que él y un equipo de ingenieros han diseñado, les permiten aprender acerca de la tierra debajo de ellos en gran detalle, desde cuánto carbono se almacena en el suelo a la química de cada árbol.
“No tiene que ser los seres humanos contra la naturaleza, puede ser los seres humanos y la naturaleza“, dijo a la Fundación Thomson Reuters el científico de 49 años de edad de la Institución Carnegie para la Ciencia.
“Pero para hacerlo bien, tienes que saber cuál es la condición de la biodiversidad que hay en el planeta y cómo está cambiando para que pueda trabajar con ella”.
La destrucción humana de hábitats naturales, el desarrollo económico desenfrenado, la contaminación y el cambio climático se encuentran entre las amenazas a la vida vegetal y animal, en tierra y bajo el agua.
Preservar la diversidad biológica es un desafío económico bastante alto, ya que las necesidades de la creciente población humana del mundo (ahora más de 7 mil millones) entran cada vez más en conflicto con la protección de la naturaleza.
Pero los expertos dicen que la falta de protección de la diversidad en el mundo natural costaría miles de millones, creando repercusiones mundiales como enfermedades, hambre, pobreza y la disminución de la resistencia al cambio climático.
Mapear la gran diversidad de vida animal y vegetal en la Tierra, le permite al equipo de científicos comprender el impacto de la deforestación, la extracción de oro y el cambio climático en ciertas áreas naturales.
Al compartir los datos con los gobiernos, el equipo de Asner los capacita para comprender el impacto de determinados proyectos de desarrollo en un área, y así minimizarla, al menos eso es lo que espera Asner.
“En el pasado, al urbanizar, no se sabía con detalle la biodiversidad que había en el lugar. En un bosque, podías decidir construir un pueblo, una plataforma de petróleo, una plantación y no saber el daño que se ocasionó”, dijo Asner, luego de recibir un Premio Heinz por su trabajo ambiental. “La respuesta radica en dónde y cómo se construirá”.
Asner y su equipo han mapeado, en avión y con satélites, una distancia de 776,000 kilómetros cuadrados de la Amazonía de Perú, al igual que una gran parte de los bosques de Ecuador, Brasil, Colombia, Sudáfrica, California y los arrecifes de coral en Hawái.
En Hawái, los legisladores están considerando prohibir el uso de protector solar, que según los investigadores contiene ingredientes tóxicos para el coral (esto después de que la cartografía mostrara la extensión de los arrecifes muertos).
Mientras que el avión de Asner, el Carnegie Airborne Observatory, ha ayudado a mapear regiones mucho más rápido que los científicos a pie y tiene planes de llevar su investigación y tecnología al espacio (por unos $125 millones).
“Imagine un futuro en el que podríamos trazar la biodiversidad del planeta cada dos semanas y entenderla, verla cambiar y comprometer a los gobiernos”, dijo. “Sólo necesitan ser fortalecidos con la información para emplear un proceso de desarrollo verde”.
Este texto apareció originalmente en Thomson Reuters Foundation, puedes encontrar el original en inglés aquí.
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