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No es de todos los días que un informe científico ayude directamente a empresas masivas estadounidenses que buscan recortar costos, utilizar los recursos naturales de manera más eficiente y asegurarse de que sus clientes lo sepan. Sin embargo, se reveló un proyecto que proporciona detalles minuciosos (hasta fábricas individuales) del movimiento del maíz junto a las extensas cadenas de suministro de carne y etanol de los Estados Unidos.
Las implicaciones de poder vincular la contaminación y el uso del agua a cantidades específicas de productos deseables y en lugares específicos, no pueden ser exageradas en un momento de aceleración del cambio climático. En el estudio, “Movilidad subnacional y contabilidad ambiental basada en el consumo”, los investigadores muestran información geográfica sobre dónde se produce y se transporta el maíz dentro del marco dos industrias que más lo consumen: la carne y el etanol.
Muchos productos básicos agrícolas tienen enormes consecuencias ambientales. Los efectos secundarios del maíz (el uso de fertilizantes, la contaminación del transporte, la captación de agua y el cambio de tierras) son particularmente dignos de mención dada la enorme escala de la producción estadounidense. Como muestra la imagen siguiente, los sensores de clorofila por satélite pueden “ver” el crecimiento de las plantas en el “cinturón de maíz” estadounidense desde el espacio.
Anteriormente, las empresas que evaluaban los efectos secundarios ambientales del maíz que compraban a menudo tenían que trabajar con estimaciones nacionales, según los autores del estudio. Con esta nueva investigación, las empresas de carne y aves de corral, por ejemplo, podrán estimar que un bushel (unidad de medida de capacidad para artículos sólidos) de maíz producido en el oeste de Dakota del Sur puede ser de tres o cuatro veces más contaminante que uno del sur de Minnesota.
“Es importante para estas compañías saber de dónde provienen las cosas”, dijo Jennifer Schmitt, coautora del estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences y directora de la Iniciativa NorthStar para la Empresa Sostenible de la Universidad de Minnesota (EE. UU.).
Los gobiernos, los inversionistas y la sociedad civil están dudando de que las grandes empresas sean “sostenibles” o cuánto dicen serlo. Muchos han asumido el reto investigando, administrando y revelando datos sobre la suma total de recursos que se necesitan para fabricar sus productos, desde la mayoría de las materias primas básicas hasta los desechos postconsumo. En los últimos 10 años, la sostenibilidad se ha convertido en un punto de competencia entre los líderes de muchas industrias.
El problema general que asumieron los investigadores, impulsado por una colaboración con la organización Fondo de Defensa Ambiental (EDF), es que alrededor del 75% de las emisiones de dióxido de carbono y el uso de agua para la producción económica están ligados enormemente a cadenas de suministro mal documentadas. Dada la importancia del maíz para las industrias de carne y etanol, y tomando en cuenta la importancia de estas empresas también, se centraron en esa red específica.
Con la información localizada acerca de dónde viene el maíz y dónde termina siendo comido por el ganado o cocinado para el combustible del auto, las compañías pueden entender mejor en donde se quema la mayor cantidad de carbono, donde se consume la mayor parte del agua y donde se transforma más el paisaje a lo largo de sus cadenas de suministro.
El nuevo modelo de Sostenibilidad de la Cadena de Suministro del Sistema Alimentario “proporciona un medio para vincular la producción de maíz a nivel de condado en los Estados Unidos a ubicaciones de demanda específica asociadas con plantas procesadoras”, escriben Timothy Smith de la Universidad de Minnesota (EE. UU.) y cinco coautores.
La herramienta ya ha sido probada por una empresa importante. Cuando el mayor productor mundial de carne de cerdo, Smithfield Foods Inc., anunció en diciembre que planeaba reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero alrededor del 25% para 2025, generó confianza de las alianzas con EDF y los desarrolladores del modelo. Los números del estudio para Smithfield son correctos, a pesar de que son anteriores al trabajo de la compañía con EDF y la Universidad de Minnesota, dijo Kathleen Kirkham, una portavoz de la compañía.
Por otro lado Tyson Foods calificó a las cifras citadas por sus operaciones como incorrectas, “dado que el maíz que obtenemos es principalmente para nuestro negocio avícola y no para el ganado y los cerdos que compramos a los agricultores y ganaderos independientes“, dijo Caroline Ahn, vocera de Tyson. Dijo que las compras de maíz de la compañía son menos de un cuarto de la cantidad declarada en el nuevo estudio. Tyson Foods está trabajando con el grupo de investigación World Resources Institute para establecer objetivos de gas de efecto invernadero basados en la ciencia y objetivos de uso del agua, dijo. (Otras compañías se negaron a comentar o aún no han devuelto una solicitud de comentario sobre las conclusiones del estudio.)
Steffen Mueller, economista principal del Energy Resources Center de la Universidad de Illinois en Chicago (EE. UU.) y experto en modelado del ciclo de vida del maíz y los biocombustibles, criticó el nuevo estudio por usar el 2012 como su año base, una época en que la devastadora sequía redujo los rendimientos de maíz a 122 bushels por acre, lo que equivale a los niveles de 1995 o un 28% por debajo de 2016.
Los investigadores escribieron que utilizaron los datos de 2012 porque es el informe más reciente del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Debido a las circunstancias de sequía de ese año, también revisaron números de 2007 y encontraron que la geografía del maíz era más o menos estable entre los dos años, según el estudio.
Con el lanzamiento del modelo, Schmitt dijo que espera que el grupo vea más de cerca el uso del agua de riego y amplíe el análisis a otros impactos ambientales.
Este texto apareció originalmente en Bloomberg, puedes encontrar el original en inglés aquí.
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