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Después de que un tifón catastrófico arrasó Japón en septiembre, los viajeros en el Aeropuerto Internacional de Kansai se asomaron hacia un espeluznante vacío: en lugar de una pista, solo podían ver el mar.
También fueron testigos de lo que podría ser un futuro riesgoso para los aeropuertos de baja elevación en todo el mundo, que son cada vez más vulnerables al aumento del nivel del mar y a las tormentas más severas producto del cambio climático. Un cuarto de los cien aeropuertos más transitados del mundo están a menos de 10 metros sobre el nivel del mar, según un análisis del Airports Council International y Open Flights.
Doce de esos aeropuertos (entre ellos terminales en Shanghái, Roma, San Francisco y Nueva York) están a menos de 5 metros sobre el nivel del mar.
“Estábamos atrapados”, dijo Takayuki Kobata, empresario digital que tenía la esperanza de abordar un avión con destino a Honolulu desde Kansai, un enorme aeropuerto ubicado en una isla artificial cerca de Osaka. “Solo tuvimos que esperar a que la tormenta se disipara”.
La amenaza que representan las crecidas llega como un ajuste de cuentas para una industria que se ubica entre los mayores contribuyentes al cambio climático. Los viajes aéreos comprenden cerca del 3% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, pero es una de las fuentes de emisiones de crecimiento más acelerado. La Organización de Aviación Civil Internacional predijo que acorde con las tendencias actuales, las emisiones producto de los viajes aéreos internacionales se triplicarán para 2050.
Conforme la industria de la aviación lucha con su huella de carbono, también ha comenzado a sentir los efectos del calentamiento global. El calor excesivo puede hacer que los aviones se queden en tierra porque el aire más caliente y más ligero puede dificultar el despegue. El cambio climático también puede aumentar las turbulencias.
Las áreas poco elevadas a lo largo del mar se han considerado desde hace tiempo como lugares ideales para construir nuevas pistas y terminales, porque existen menos obstáculos para que los aviones aterricen y despeguen, además de que es menos probable que haya quejas por el ruido. Sin embargo, las costas tienen pocas protecciones naturales ante inundaciones o vientos fuertes.
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En suma, el clima extremo y las crecidas del mar actualmente representan unas de las amenazas más urgentes para muchos de los aeropuertos más transitados del mundo, cuyos diseños en general no consideraron el calentamiento global.
El huracán Sandy de 2012 inundó los tres aeropuertos que dan servicio a la ciudad de Nueva York y paralizó los viajes durante días. El tifón Goni cerró pistas en el Aeropuerto Internacional Hongqiao a las afueras de Shanghái en 2015 y obligó a los pasajeros y a los miembros de la tripulación a balancearse sobre puentes improvisados hechos de mesas y sillas para tratar de llegar a suelos secos.
La peor inundación en casi un siglo en Kerala, India, le quitó la vida a más de cuatrocientas personas el mes pasado, y el aluvión ocasionó que el Aeropuerto de Cochin, una terminal central de la región, cerrara durante dos semanas.
“Sabemos que habrá efectos. Y creemos que se volverán graves”, dijo Michael Rossell, subdirector general del Airports Council International, un grupo que representa aeropuertos de todo el mundo. “Aceptar el problema es el primer paso, y entender la gravedad es el segundo. El tercero es: ¿qué podemos hacer al respecto?”
Muchos aeropuertos comenzaron a redoblar sus medidas de protección.
El Aeropuerto St. Paul Downtown en Minnesota (EE. UU.), que ha sufrido inundaciones frecuentes causadas por el Misisipi, ahora tiene un rompeolas portátil que puede levantarse si el río comienza a crecer. Con la ayuda de un subsidio federal de $28 millones, el Aeropuerto LaGuardia en Nueva York está construyendo un rompeolas, bombas pluviales y un sistema nuevo de drenaje para el aeródromo; también está mejorando sus subestaciones y generadores eléctricos de emergencia.
El aeropuerto de Kansai, que da servicio a las bulliciosas ciudades de Osaka, Kioto y Kobe, y atendió a más de 28 millones de viajeros el año pasado, enfrenta un predicamento adicional. Kansai es una proeza de ingeniería moderna y se ubica sobre una isla a 4.8 kilómetros de la costa que se construyó a lo largo de una década con el equivalente a dos montañas de grava y arena.
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El aeropuerto, que se inauguró en 1994, se construyó en la bahía de Osaka, en parte para minimizar los problemas de ruido, pero también para evitar las protestas violentas por los derechos de las tierras que son herencia de aeropuertos más antiguos en Japón, como Narita, que da servicio a Tokio.
Las señales de problemas llegaron pronto. Los ingenieros calcularon que la isla se hundiría, en promedio, menos de 30 centímetros al año en un periodo de cincuenta años después del inicio de la construcción conforme el lecho marino se asentaba bajo el peso del aeropuerto. Sin embargo, la isla se hundió más de 9 metros en los primeros siete años y continúa descendiendo; actualmente ha perdido 13 metros de elevación, según la última medición.
Para mantenerse por encima de las olas, el aeropuerto de Kansai está bombeando el agua del lecho marino debajo de la isla para acelerar el proceso de asentamiento. La terminal principal se posa sobre pilotes gigantes que pueden levantarse para mantener el nivel de la cimentación. El aeropuerto también utiliza bombas enormes para vaciar el aeródromo después de lluvias fuertes y ha añadido una serie de rompeolas en el perímetro de la isla.
Los ingenieros habían hecho alarde de que los muros eran suficientemente altos para soportar tormentas como el gran tifón de 1961 que causó que el mar subiera hasta casi 3 metros. Sin embargo, el tifón Jebi, que causó la muerte de once personas durante su paso devastador por el oeste de Japón, generó un oleaje de más de 3 metros, un récord para la bahía de Osaka. Las olas rompieron sobre los muros de contención del aeropuerto y saturaron sus bombas, según los funcionarios.
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Para empeorar las cosas, un buque petrolero desanclado por los poderosos vientos del tifón que iban a 209 kilómetros por hora golpeó y destruyó el único puente hacia tierra firme. Sin poder escapar, ocho mil personas se acurrucaron en las terminales sin luz durante la noche mientras las olas golpeaban las paredes de los edificios, antes de que los transbordadores y autobuses de emergencia encontraran la manera de cruzar por el puente destrozado para transportar a los pasajeros a un lugar seguro.
En una conferencia de prensa transmitida por televisión el 6 de septiembre, Yoshiyuki Yamaya, presidente del operador aeroportuario, se mostró arrepentido.
“Nos preparamos para un tifón, pero este fue mucho más fuerte de lo que habíamos pensado”, dijo. “Fuimos demasiado optimistas”.
Este texto apareció originalmente en The New York Times, puedes encontrar el original aquí.
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