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Los fenómenos climáticos ocurridos por el calentamiento global son cada vez más agresivos e impredecibles, hicieron que los habitantes de la Isla Gardi Sugdub en Panamá, más famosa como la Isla Cangrejo, no tengan otra opción más que escapar de sus casas y comenzar una nueva vida en otro lado. Esto debido a que el nivel del agua no para de elevarse y el hacinamiento se ha tornado inmanejable.
“En noviembre, el agua del mar llega hasta los tobillos”, lamenta Diomedes Fábrega, subdirector de la escuela de la isla en la que viven cerca de mil personas.
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Todos los vecinos saben que día a día luchan por salir adelante en este pequeño rincón olvidado del mundo, que el mar seguirá subiendo y que su partida es inevitable. Es por eso que desde hace tiempo trabajan en un plan para reubicarse, aunque el agua no espera.
Un ejemplo sobre el impacto climático sucedió entre 1950 y 1980, cuando el mar subía 2.5 milímetros por año, pero desde 2012 lo hace 6.4 milímetros. En 2010, en coordinación con las autoridades nacionales, se trazaron planes para poner en marcha una solución a esta problemática con final inevitable. Así, en algún momento del próximo lustro, si no hay más retrasos, la mayor parte de sus habitantes estarán instalados en tierra firme.
Aunque el programa de regreso al continente es voluntario, el escaso relieve de la isla, menos de medio metro por encima del nivel del mar, y su reducido tamaño no deja más salida que huir.
“En otras islas más grandes o en los continentes, la gente todavía tendrá la opción de la migración hacia el interior. Aquí no”, explicó Steve Paton, director del Programa de Monitoreo Físico del Instituto Smithsonian.
A un kilómetro del puerto de Carti han reservado 17 hectáreas para construir un nuevo pueblo, La Barriada, el cual ya tiene algunas construcciones avanzadas.
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El abandono de este islote también permitiría evitar el hacinamiento de sus habitantes, ya que entre las casas ya no queda demasiado espacio y la tasa de natalidad sube sin parar. En la población, los niños y jóvenes son mayoría y en general cada familia cuenta con cuatro hijos. “El traslado es la única medida posible”, sentenció Eustacio Valdés Atahualpa, un comerciante de la comunidad.
La comunidad quiere mudarse y los especialistas aseguran que no hay otra alternativa, sin embargo hay escepticismo entre los vecinos porque el gobierno de Panamá no estaría cumpliendo con los tiempos estipulados para las obras.
“La desatención del Gobierno panameño ha sido una constante”, dijo Mónica Martínez, antropóloga de la Universidad de Barcelona, que ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de las comunidades y la cultura guna. “Sólo han empezado a prestar algo de atención cuando San Blas ha comenzado a ser parte del imaginario turístico que Panamá vende al mundo”.
Este texto apareció originalmente en El Clarín, puedes ver el original aquí.
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