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¿Sembrar flores o papas? Un agricultor de una granja convencional está experimentando métodos de agricultura orgánica y muestra que la conservación de la naturaleza es compatible con su explotación agraria.
“Papas, deliciosas y saludables” se lee en el letrero de la puerta. Se podría agregar también “raras”. El lema corresponde a la filosofía de Cornel Lindemann-Berk: la calidad antes que la cantidad. “No tenemos suficiente lluvia en el verano; como no queremos regar, hicimos de la necesidad una virtud”. Así que apostó por variedades poco habituales como la papa Bergerac o la Bamberg.
El rendimiento es un 50% menor de lo podría ser, pero no tienen ese sabor acuoso, sino uno más fuerte, y son ricas en minerales como el potasio o el magnesio. De todas partes de la región vienen clientes para comprar estas deliciosas papas en la tienda de la granja.
El verano pasado, sin embargo, a los clientes les encantaron las exuberantes y coloridas flores bordeando el campo frente a su granja bajo el zumbido de los insectos. “Las especies han aumentado y el número de insectos de cada especie se ha cuadruplicado”, dice el agrónomo.
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Los científicos dieron cuenta de este crecimiento en la franja de flores sembrada específicamente para insectos y pájaros. Aquí los animales encuentran néctar, alimento y cobijo donde reproducirse.
Esta empresa familiar de Renania es una de las diez que integran F.R.A.N.Z. Son las siglas de “por unos recursos agrarios y naturales con futuro”, iniciativa que busca probar e implementar medidas prácticas y económicamente viables de agricultura y conservación de la naturaleza en Alemania hasta 2027.
“En el marco del proyecto, no tratamos las zonas con estiércol líquido o pesticidas, pero el rendimiento es a veces cero, porque las malas hierbas como el cardo y la bardana se descontrolan”, indica el apasionado agricultor. En torno a un solo cultivo suelen crecer una treintena de malas hierbas y plantas no deseadas.
Lindemann-Berk lleva años perdiendo dinero con los cereales o la colza (Se ríe porque ya no vive de la agricultura, sino de alquilar apartamentos en su imponente granja de época). Pero son importantes para la rotación de cultivos, como se hacía hace siglos. Eso regenera el suelo y reduce las enfermedades y plagas.
En una plantación de maíz se dejaron espacios de veinte metros cuadrados, por ejemplo, para que las alondras, unas aves muy diezmadas, pudieran posarse en el suelo sin dificultad. “Ventanas”, las llama.
En una emergencia, Lindemann-Berk usa fertilizantes y pesticidas en dosis homeopáticas: “demasiado fertilizante puede incluso hacer que se multipliquen las malas hierbas no deseadas”.
Afirma llevar cuarenta años calculando las dosis, usando muestras de suelo para examinar los nutrientes. Con un pulverizador digital geolocalizado por satélite se echa el herbicida donde hace falta.
Lindemann-Berk prefiere usar fertilizantes orgánicos, o sea, estiércol. “Viene de los Países Bajos porque aquí casi no hay ganadería”. Su granja suministra grano para el ganado al país vecino. “Entonces, ¿por qué no traer las excreciones de los animales?” Con el uso de bacterias del ácido láctico, el agricultor pudo además reducir drásticamente los fungicidas químicos para combatir los hongos.
Después de la cosecha, vuelve a toma muestras. “Las mediciones hasta ahora no han mostrado residuos de glifosato en el cereal”, dice Lindemann-Berk.
El agricultor señala el estante lleno de archivadores detrás de él. Hay que guardar los registros durante cinco años. Las regulaciones de fertilizantes se han endurecido durante años, los aditivos se han reducido a la mitad, pero su presencia en el agua subterránea tarda treinta años en hacerse patente, porque demora mucho en infiltrarse.
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Las granjas orgánicas solo pueden tratar sus plantas con preparados de cobre, que estimula el crecimiento y actúa contra los hongos. Es un metal pesado, pero en pequeñas dosis es necesario para el cuerpo humano.
“Hacemos lo posible para hacer negocio de manera respetuosa con el medio ambiente y adoptar lo que las granjas orgánicas hacen bien”, dice Lindemann-Berk. “Porque nadie quiere contaminar el medio ambiente; las empresas agrícolas han estado trabajando en el mismo lugar durante cientos de años”, resume.
La sostenibilidad es una prioridad, pero para certificarse como granja orgánica se tienen que arrancar las malezas a mano y, como en tiempos prehistóricos, rastrillar regularmente el suelo alrededor de las plantas para arrancar las malas hierbas.
“Nadie quiere hacer ese trabajo, ni siquiera los jóvenes que vienen en prácticas. En la era de la agricultura industrial en Alemania lo hacen grandes máquinas”.
El agricultor deja más espacio entre sus plantas. Así absorben más nutrientes del suelo, que está mejor aireado y, por tanto, es menos propenso a las enfermedades por hongos. Cornel Lindemann-Berk también hace un llamamiento a los consumidores que aún prestan demasiada atención a la apariencia:
“si ofrezco a mis clientes manzanas sabrosas y sin tratar del huerto, se quejan de algunas manchas. Eso de que la fruta sea orgánica al cien por ciento no es compatible con tener buen aspecto”.
Este texto apareció originalmente en DW, puedes ver el original aquí.
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