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Es más probable encontrar a los alumnos de esta escuela de Copenhague arreglando una bicicleta o en el huerto, que sentados frente a una pizarra. ¿Podría un enfoque educativo diferente fomentar una transición verde?
Una docena de niños están sentados en círculo cuando suena la campana. En lugar de correr a la siguiente clase, los niños cierran los ojos.
“Levanten la mano cuando no oigan ningún sonido más”, dice su maestro, sosteniendo un par de platillos de bronce, como los que se encuentran en los templos budistas. Uno tras otro, se alzan las manos de los alumnos.
En la Escuela Libre Verde (Den Gronne Friskole) de Copenhague, la educación de los niños se centra ante todo en los valores que necesitan para afrontar una vida con un futuro incierto y en un mundo que está cambiando debido al cambio climático. Entre otras cosas, se les enseña “agricultura urbana” y a menudo la clase comienza con ejercicios de atención.
“Nos preguntamos qué necesitan aprender los niños para contribuir al cambio ecológico que se avecina”, explica Phie Ambo, una cineasta danesa que fundó la escuela en 2014, junto con la traductora estadounidense Karen MacLean. “Necesitan aprender a ser valientes y a asumir riesgos. Y necesitan aprender algunas cosas básicas sobre el planeta y sobre cómo convivimos como seres humanos. Es algo que echaba en falta en el sistema escolar danés”, aclara.
A diferencia de las escuelas estatales del país, la Escuela Libre Verde, que cuenta con 200 alumnos de entre 6 y 15 años, sitúa la vida sostenible en el centro de su programa de estudios.
Su edificio principal, hecho completamente de materiales sostenibles, alberga un taller donde los alumnos aprenden a coser y a procesar materiales como la madera, la arcilla, la cera, el fieltro, el metal y el plástico. También aprenden a hacer abono, arreglar bicicletas y a recoger agua de lluvia.
Al diseñar el plan de estudios, su fundadora, Ambo, se inspiró en el “pensamiento sistémico”, una forma de ver el mundo en función de patrones subyacentes y sistemas interrelacionados. Se anima a los alumnos a pensar en estos sistemas a través del tiempo que pasan al aire libre explorando el mundo y adquiriendo experiencia práctica en el cultivo de vegetales, mientras aprenden sobre plantas comestibles y condiciones climáticas.
Según la subdirectora, Suzanne Crawfurd, este método combina el aprendizaje basado en proyectos y el pensamiento de diseño. Es una escuela donde no se ve a los profesores en la pizarra o a los alumnos frente a la pantalla. En su lugar, los estudiantes llevan a cabo proyectos prácticos que son supervisados por varios profesores, y que abarcan diferentes materias. Por ejemplo, los niños aprenden a recolectar setas comestibles, luego las dibujan y finalmente elaboran una deliciosa crema de hongos en la cocina.
A pesar de su enfoque alternativo, Ambo cuenta que fue fácil fundar la escuela. Aunque la mayoría de los colegios de Dinamarca son públicos, cualquiera puede crear una “escuela libre” privada y subvencionada, en la que el Estado contribuye con el 75% de los gastos, mientras que el resto se financia con las tasas escolares.
La cuota mensual de la Escuela Libre Verde es de 2,600 coronas danesas, unos 350 euros o 380 dólares. Al menos el 5% del presupuesto se destina para becas de niños cuyos padres no pueden pagar las cuotas. Esto garantiza que los estudiantes de la escuela procedan de una “amplia gama de orígenes socioeconómicos” de Copenhague, según Ambo.
Por ley, una “escuela libre” debe seguir el plan de estudios nacional. Además de aprender a leer y a escribir, los niños tienen que aprender historia, matemáticas y ciencias. Pero el resto del programa puede ser diseñado por la propia escuela, por ejemplo, con asignaturas como “Agricultura Urbana” y “Lavado Verde”.
“Los alumnos necesitan aprender a cultivar sus propios alimentos y deben ser capaces de evaluar de manera crítica a las empresas que afirman ser sostenibles, porque no tenemos tiempo para eso”, explica Ambo.
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La Escuela Libre Verde no es la única institución educativa en Europa con un “programa de estudios respetuoso con el medioambiente”. La escuela secundaria Hagenbeck, de Berlín, por ejemplo, enseña a los estudiantes la importancia de las especies y los ecosistemas, incorporando con éxito la biodiversidad en todo su programa de estudios prácticos.
Ambo espera que la escuela danesa inspire a jóvenes maestros a adoptar su enfoque en otras escuelas, en un país donde el cambio climático está cada vez más en el punto de mira político. El pasado mes de diciembre, el Parlamento danés aprobó una ley sobre el clima por la que el país se compromete a reducir las emisiones de carbono en un 70% por debajo de los niveles de 1990 para el año 2030.
A pesar de todo, los fundadores de la escuela también se han enfrentado a dificultades. El lugar que Ambo y MacLean habían elegido para la escuela estaba contaminado con químicos usados para limpiar barcos, un inconveniente que, sin embargo, supieron aprovechar.
“Este era uno de los lugares más tóxicos de Copenhague, pero incluimos su descontaminación en el plan de estudios”, dice Ambo. “El primer grupo de 43 alumnos de la escuela aprendió debidamente qué árboles y plantas eliminan los productos químicos de la tierra y cómo vivir y transformar los lugares contaminados por la antigua forma de pensar industrial”.
Aunque las lecciones en la escuela se han vuelto más estructuradas, no son ideales para los niños con dificultades de aprendizaje, según Ambo. Asimismo, tampoco hay exámenes. “Definitivamente no es para todos”, admite Ambo.
“Algunos padres piensan que suena bien, hasta que saben que no hay pruebas o exámenes y sacan a sus hijos del colegio”. A los 15 años, los alumnos pasan a las escuelas secundarias, donde la mayoría reciben calificaciones formales.
En la Escuela Libre Verde no se cuestionan los conocimientos adquiridos, no hay exámenes. Se supone que los alumnos solo deben aprender a sacar sus propias conclusiones con respecto al mundo. Pero hay una clara dirección a la que deben conducir estas conclusiones.
“Les decimos a los alumnos: sean críticos, piensen de forma independiente y hagan lo que quieran, pero queremos que consigan llevar a cabo la transición verde”, dice la directora Junge.
Este texto apareció originalmente en DW, puedes ver el original aquí.
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