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Éste es un artículo de opinión, su contenido expresa la postura de su autor, Rodrigo Andrade.
Demasiados son los diagnósticos y razones para comprender cabalmente que la ventana de oportunidad que tenemos como humanidad para salvar el planeta está a punto de cerrarse.
Paradójicamente, la pandemia del coronavirus ha significado un freno a la caída libre en la que se encontraba la causa ambiental y climática ante el rotundo fracaso de la COP 25, debido a la obligación de encerrarse por parte de una enorme porción de la población mundial, lo que a su vez ha producido efectos directos en la disminución de emisiones, aplacando la locura compulsiva de consumir más allá de lo necesario, una revalorización inaudita de lo público, junto a orientar la mirada hacia lo humanista por sobre lo economista.
Como era de esperarse, también comenzó una carrera de todo tipo de novedosas fórmulas y alianzas por parte de los grupos dominantes y sus nuevos rostros, para rescatar a toda costa los trazos fundamentales del modelo capitalista de desarrollo, con fórmulas como “reactivación resiliente” o “recuperación sostenible”, todas ellas valiosas por cierto, porque al menos llaman a la conversación y búsqueda de fórmulas, pero que a la vez no dan cuenta de ninguna lección aprendida en este contexto actual, donde se hace necesaria una mayor participación del Estado en decisiones que el mercado ya no fue capaz de regular o emprender, como por ejemplo, prever un sistema de salud que tuviera la capacidad de responder ante toda la población, aunque fuera “ineficiente” o “costoso” mantenerlo mientras no se requiriera; o bien, el considerar tener un salario de emergencia para la clase trabajadora y así sostener el mínimo de dignidad que cada ciudadano y familia necesita y merece.
El debate que debemos instalar con sentido de urgencia, tanto desde una perspectiva climático-ambiental como social y civilizatorio, considerando que hoy conmemoramos el Día Internacional del Medio Ambiente, se trata del modelo de sociedad que debemos construir considerando que la única manera de cumplir el Acuerdo de París es justamente en escenarios de baja actividad como el actual, el que pareciera ser una especie de entrenamiento para ir acostumbrándonos al tipo de vida al que debemos retornar, porque alguna vez la tuvimos, si queremos mantenernos como especie humana en el bello y fascinante planeta en que vivimos.
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Es imposible volver a atrás, a repensar una economía que se auto regula por mano divina, porque ya sabemos que no es cierto y que sólo sirve a una pequeña porción de la humanidad. Debemos efectivamente hablar de economía, de educación, de pensiones y de aseguramiento de la calidad de vida de la población en su conjunto, pero desde la planificación a largo plazo con participación decidida del Estado. Quienes lo manejan y lo han manejado en la época reciente, deben hacerse cargos de sus vicios, de la corrupción que los capturó, de las ganas irrefrenables de permanecer por siempre en sus cargos, de su imposibilidad para administrar con humanidad la crisis sanitaria dejando a la deriva a enormes porciones de población. El modelo no tiene ni le interesa desarrollar ese capacidad, sólo mira a algunos.
El futuro que nos espera y que tendremos que ofrecer a las nuevas generaciones ya fue vendido por las generaciones pasadas y no es prometedor, requiere de muchos sacrificios en estilos de vida, costumbres que deberemos dejar suspendidas en el tiempo y basarnos en principios éticos estrictos que nos reorienten, en el menor tiempo (y generaciones) posible, hacia una mirada de amor verdadero a la naturaleza y a la vida humana y animal puesta en ella. La vida de las generaciones futuras que aún no están sobre el planeta depende ello y las nuestras también.
Debemos ser capaces de construir proyectos políticos y de sociedad basados en la más profunda adhesión de los ciudadanos, comprometidos y activos, y líderes que sean merecedores de esa posición. Se acabó el tiempo de ir a votar por cualquier cosa sin proyecto ni futuro. La única manera de emprender el desafío que tenemos por delante es con una sociedad empoderada y autoridades legítimas moral y socialmente, porque las medidas a largo plazo que debemos tomar no resisten ganancias individuales y acomodos de grupos de poder y mucho menos privilegios.
La tarea no es simple, de hecho, es cada vez más compleja, pero posible.
En este Día Internacional del Medio Ambiente debemos juramentarnos para que esta sea la última década en que sobreviva el viejo modelo autodestructivo, a organizarnos para decidirnos a dar el paso a una nueva sociedad, y todo indica que ya comenzó a hacerse porque se sienten los dolores de parto.
Este texto fue escrito por Rodrigo Andrade, líder climático latinoamericano de The Climate Reality Project (del Ex VicePresidente Al Gore); Fundador Diálogo Energético Latinoamericano y LatamSustentable.
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