Lo que nos ha enseñado el 2020 sobre nuestra relación con la naturaleza
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- Escrito por France24 - Foto por Omm-on-tour/Gettyimages
¿Hemos aprendido algo en 2020 sobre la relación que tiene la destrucción de la naturaleza y la aparición de pandemias? Puede que aún sea muy pronto para responder a esta pregunta, pero los expertos lo tienen claro: si seguimos destruyendo hábitats a la velocidad a la que lo estamos haciendo, el Covid-19 no será la última pandemia a la que nos tendremos que enfrentar.
Tras un 2019 marcado por marchas contra el cambio climático en todo el planeta, 2020 llegó con decenas de planes y objetivos para la agenda ambiental: comenzaba la década de la ONU de Acción para el Desarrollo Sostenible y Cambio Climático; en octubre se iba a celebrar la cumbre mundial sobre biodiversidad en la ciudad china de Kunming; y en noviembre casi 200 países se tenían que reunir en Escocia durante la COP26, la cumbre sobre cambio climático de la ONU, para ratificar y aumentar sus ambiciones para conseguir el objetivo del Acuerdo de París de 2015 de mantener las temperaturas globales por debajo del 1.5°C con respecto a la era preindustrial.
Pero la pandemia de Covid-19 supuso un frenazo en seco y todo quedó pospuesto hasta 2021. Las agendas de los gobiernos se centraron en tratar de controlar un virus que se expandía a gran velocidad por el planeta y los presupuestos se desviaron a planes de ayuda y rescate de familias y negocios, que vieron cómo sus ahorros y modos de subsistencia se desvanecían a raíz de los cierres y confinamientos impuestos.
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Estas restricciones obligaron a hacer una pausa y a bajar el ritmo de vida frenético, a reducir los viajes y el consumo desenfrenado a los que una parte de la población está acostumbrada, sobre todo en países industrializados. De ahí que un grupo de científicos haya denominado a esta época entre marzo y mayo de 2020 como ‘antropausa’. Una palabra que surge de la combinación del prefijo griego antropo, que significa humano y pausa.
Reactivación basada en la naturaleza
No sabemos si los cambios en los modos de vida a los que hemos tenido que adaptarnos durante estos meses serán duraderos, pero lo que sí está claro es que el patrón de crecimiento y desarrollo económico que la mayoría del planeta tiene como modelo es insostenible ambientalmente. Una economía basada en la quema de combustibles fósiles y en la destrucción de hábitats, ya sea por deforestación, pesca ilegal, sobreexplotación de recursos o la introducción de especies invasivas, acelerará el cambio climático, el calentamiento global y la aparición de nuevas pandemias en el futuro.
Según la ONU, dos tercios de las enfermedades e infecciones que estamos viendo, y que cada vez son más comunes, provienen de los animales silvestres, así que la protección de estos y de sus hábitats originales es esencial para que se mantengan alejados de los humanos.
La directora ejecutiva de ONU Medio Ambiente, Inger Andersen, le pide a los Gobiernos que, una vez se solucione la crisis sanitaria global, los esfuerzos para reactivar la economía se dirijan hacia inversiones “más ecológicas, limpias y sostenibles” porque, según Andersen, “la salud de las personas y la salud del planeta son una y la misma cosa y ambas pueden prosperar en igual medida”.
Sin embargo, los paquetes de estímulo económico que los países están anunciando dejan mucho que desear. Según las cifras recopiladas por la consultora Vivid Economics, de 21 economías clave en el mundo, tan solo la Comisión Europea (UE), Francia, Alemania y Reino Unido tienen planes de recuperación económica que califican como “verdes”.
En declaraciones a France 24, el Dr. Jeff Parrish, director global de océanos, tierra y agua para la organización The Nature Conservancy (TNC), asegura que “el costo de no hacer nada, en términos de salud para el planeta y para la economía, es mucho mayor” al de invertir dinero en planes de reconstrucción verde tras la pandemia. “De hecho, el Foro Económico Mundial revela que la mitad del PIB global depende de la naturaleza de manera moderada o alta”.
Según TNC, “para revertir el declive de la biodiversidad antes de 2030, tenemos que invertir entre $722,000 y $967,000 millones por año” en actividades que beneficien a la naturaleza. En 2019 la cifra fue de unos 135,000 millones de dólares. La diferencia de presupuesto se podría reducir si se eliminan subsidios a sectores nocivos para el medio ambiente como lo son la agricultura, la pesca o la tala de madera.
De hecho, según el estudio, se podría cubrir con tan solo el 1% del PIB mundial, o lo que es lo mismo, con el dinero que el planeta se gasta en cigarrillos o en gaseosas en un solo año. Para Parrish la clave está en hacer una “reinversión en nuestro planeta. Cuando lo logremos, la recompensa se verá plasmada en una resiliencia natural que nos beneficia a todos: alimentación sostenible, seguridad hídrica y económica, un clima más estable y un riesgo reducido de pandemias”.
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La pandemia de Covid-19 deja más claro aún el mensaje de que la salud de los ecosistemas y la salud humana están totalmente interconectadas. Y, como dice Christine K. Johnson, epidemióloga de la Universidad de California Davis, “somos la especie dominante en el planeta y hemos alterado los ecosistemas en beneficio propio durante siglos pero, al final, será la naturaleza la que determine cuánto tiempo podremos coexistir”.
Para Ana María Hernández el gran aprendizaje de esta pandemia es que “la unión hace la fuerza y que los mejores objetivos son los que son alcanzados con acciones concretas que se logran entre todos”.
2021 marca el inicio de la Década de la ONU para la Restauración de Ecosistemas. Esperemos que el cambio de año señale también un nuevo comienzo que permita hacer cambios urgentes y contundentes para mejorar nuestra relación con la naturaleza y que nos demos cuenta de que, como dice Carlos Duarte, el humano es “una especie más” de la biosfera que está “expuesta también a impactos graves”.
Covid-19 y sus consecuencias ambientales
La reducción de actividad humana durante la pandemia ha tenido varios impactos en la naturaleza.
Descenso temporal en la contaminación del aire: cuando la pandemia estaba en su punto cumbre, en abril, las zonas con las restricciones más estrictas eran responsables del 89% de las emisiones globales, así que los gases de efecto invernadero (GEI), que contribuyen al calentamiento global, disminuyeron considerablemente. Sin embargo estas reducciones fueron temporales: en los primeros seis meses del año el CO2 cayó en un 8.8%, una cifra que en agosto, tras la reapertura parcial de varios países, bajaba al 6.5% y que en octubre decrecía aún más, hasta representar el 5.5% de reducción en las emisiones de dióxido de carbono a nivel global comparado con 2019.
Sin embargo, esta reducción no cambiará la cantidad de CO2 que se concentra en la atmósfera. La Organización Meteorológica Mundial en su último informe sobre gases de efecto invernadero, publicado en noviembre, asegura que “las estimaciones preliminares indican una disminución de las emisiones anuales mundiales de entre el 4.2% y el 7.5%. A escala mundial, una reducción de las emisiones de esa magnitud no permitirá reducir la concentración del dióxido de carbono atmosférico. Así pues, la concentración de ese gas seguirá aumentando, aunque a un ritmo ligeramente menor”.
Aumento de la contaminación plástica con el uso masivo de tapabocas y guantes: mientras que la contaminación del aire se redujo durante un tiempo, la terrestre aumentó con toneladas de desechos plásticos como guantes o tapabocas desechables que se han impuesto en el mundo entero como manera de prevenir los contagios. La lucha contra este material dejó de ser prioridad durante la pandemia y se sufrió un retroceso en los avances hechos hasta el momento en cuestión de leyes contra las bolsas plásticas o elementos de un solo uso.
El renacimiento de la bicicleta en las ciudades de Europa y América Latina: la reducción del tráfico motorizado hizo que los ciclistas pudieran volver a las calles con mayor seguridad y fluidez. La bicicleta se convirtió en la manera perfecta de movilizarse por las ciudades respetando las medidas de bioseguridad contra el coronavirus. A raíz de la pandemia, varias ciudades rediseñaron y ampliaron los kilómetros de vías disponibles para peatones y ciclistas, algo que incrementó el uso de bicicletas en todo el mundo.
Según Nicolás Estupiñán, secretario de Movilidad de Bogotá, una ciudad en la que el “80% del espacio público lo ocupa el 15% de los viajes en vehículo particular”, esta emergencia sanitaria “ha demostrado que es una oportunamente para redistribuir el espacio público”.
Consecuencias mixtas para la protección de los animales salvajes: la teoría de que el virus surgió en un mercado de animales vivos en la ciudad de Wuhan llevó a países como China y Taiwán a regular o prohibir el comercio y venta de especies salvajes. Sin embargo, la falta de recursos económicos por una caída del turismo y la falta de personal por los confinamientos hicieron que hubiera menos vigilancia en parques o zonas protegidas, algo que derivó en un aumento de la caza y la pesca ilegal.
Este texto apareció originalmente en France24, puedes ver el original aquí.