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Para los humanos, la adaptación al cambio climático será principalmente una cuestión de tecnología. Más aire acondicionado, casas mejor diseñadas y mayores defensas contra inundaciones pueden ayudar a mejorar los efectos de un mundo más cálido. Los animales tendrán que depender de cambiar sus cuerpos o su comportamiento. En un artículo publicado en Trends in Ecology & Evolution, un equipo dirigido por Sara Ryding, candidata a doctorado en la Universidad Deakin, en Australia, muestra que eso ya está sucediendo. El cambio climático ya está alterando los cuerpos de muchas especies animales, dándoles picos, miembros y orejas más grandes.
En algunas especies de loros australianos, por ejemplo, el tamaño del pico ha aumentado entre un 4% y un 10% desde 1871. Otro estudio, esta vez en juncos de ojos oscuros de América del Norte, otra ave, encontró el mismo patrón. Se observan tendencias similares en mamíferos, con especies de ratones, musarañas y murciélagos que desarrollan orejas, colas, patas y alas más grandes.
Todo eso encaja muy bien con la teoría de la evolución. La “regla de Allen”, llamada así por Joel Asaph Allen, quien la sugirió en 1877, sostiene que los animales de sangre caliente en lugares cálidos tienden a tener apéndices más grandes que los de las regiones templadas. Estas adaptaciones aumentan el área de superficie de un animal en relación con su volumen corporal, ayudándolo a eliminar el exceso de calor. Al estar ricamente dotados de vasos sanguíneos y no cubiertos por plumas aislantes, los picos son un lugar ideal para que las aves eliminen el calor. Mientras tanto, los zorros Fennec, que son nativos del desierto del Sahara, tienen orejas sorprendentemente grandes, especialmente en comparación con sus primos árticos.
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Ryding examinó especímenes de museo, comparando sus cuerpos con los de sus homólogos modernos. Ella no es la primera investigadora en adoptar ese enfoque. Pero es difícil, cuando se trata de especies individuales, demostrar que el cambio climático fue la causa de una alteración anatómica. Todo tipo de otros factores, desde cambios en las presas hasta las preferencias reproductivas en evolución de machos o hembras, posiblemente podrían haber estado impulsando los cambios.
Mirar el panorama general hace que el patrón sea más claro, dice Ryding. Su equipo combinó datos de diferentes especies en diferentes lugares. Dado que tienen poco en común aparte de vivir en un planeta que se calienta, dice, el cambio climático es la explicación más plausible.
Por ahora, al menos, el aumento es pequeño, nunca mucho más del 10%. Eso puede cambiar a medida que se acelera el calentamiento. Dado que cualquier adaptación evolutiva viene con compensaciones, no está claro hasta dónde podría llegar el proceso. Los picos más grandes pueden interferir con la alimentación, por ejemplo. Las alas más grandes son más pesadas y las patas más grandes cuestan más energía para crecer.
Y también hay otras formas de adaptarse. Los investigadores ya han visto cambios en el rango geográfico de muchas especies, desde insectos hasta peces. Otra regla empírica evolutiva, la regla de Bergmann, sostiene que los animales en lugares más cálidos tienden a tener cuerpos más pequeños, otra forma de aumentar la relación entre el área de la superficie y el volumen. Otros animales pueden alterar su comportamiento y también sus cuerpos, por ejemplo, buscando refugio en los momentos calurosos del día.
Estudiar una gama más amplia de animales ayudará a confirmar exactamente lo que está sucediendo. Gran parte de los datos de Ryding se refieren a aves, y hay menos información disponible para otros taxones. Pero parece claro que el mundo del futuro no solo será más caluroso de lo que están acostumbrados los humanos. Los animales que viven en él también se verán diferentes.
Este texto apareció originalmente en The Economist, puedes ver el original en inglés aquí.
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