Suscríbete
No importan sus objetivos netos cero fuertemente advertidos, la prueba del compromiso climático de una compañía petrolera es si, y con qué rapidez, planea reducir la producción.
Shell, por ejemplo, dice que su producción alcanzó su punto máximo en 2019 y apunta a reducciones de 1-2% año tras año. Eso todavía significa cierto desarrollo fronterizo para compensar la disminución de la producción de los pozos existentes, en contra del consejo de la Agencia Internacional de Energía de que ningún petróleo nuevo es compatible con un futuro de 1.5°C.
Aún así, ha abandonado el apego de la industria al crecimiento eterno. Y si se toma en serio el histórico fallo de la corte holandesa del año pasado, Shell tendrá que mostrar más moderación.
Te recomendamos: Shell promete llegar a ser carbono neutro para 2050
Eso ayuda a explicar por qué la gran petrolera se dio vuelta tan rápido cuando los activistas apuntaron a su participación en el desarrollo del campo petrolero de Cambo el año pasado.
Y es un buen augurio para los grupos indígenas que defienden la santidad de la Costa Salvaje de Sudáfrica contra la exploración petrolera. Mientras Shell impugna el caso judicial, se necesita menos resistencia que antes para inclinar la balanza a favor de dejar el petróleo bajo tierra.
La otra cara de la moneda es que la industria petrolera puede terminar concentrada en lugares con protecciones sociales, ambientales y de la sociedad civil más débiles. Empoderar a las instituciones democráticas es una estrategia climática.
Este texto apareció originamlente en Climate Home News, puedes ver el original en inglés aquí.
Suscríbete a nuestro boletín
Lo más importante en tu buzón cada semana