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La reserva cuenta con un hotel y un centro de atracciones ubicado al lado del Lago de Atitlán en Guatemala, ofrece a sus visitantes una experiencia más cercana con la naturaleza, así como busca incentivar la acción climática para proteger nuestro entorno con métodos sostenibles.
Alberto Rivera y su familia tenían planeado convertir el terreno que le había dejado su padre en un proyecto turístico, que comenzó con una serie de senderos naturales y un mariposario en 1995. Poco a poco se fueron agregando otro tipo de atracciones, como puentes colgantes, un centro de visitantes, áreas para acampar y un hotel.
Sin embargo, Alberto tenía otro enfoque en el que quería aprovechar de mejor manera la ubicación: el Lago de Atitlán.
“El proyecto era un hotel, siempre con la idea de que lo que había que plantear como atractivo principal era la naturaleza. Después nos separamos de ese proyecto y nos quedamos con un poco de terreno casi virgen, que era antes un antiguo cafetal sembrado por mi abuelo en los años 30”, cuenta Alberto.
“Con el tiempo empezó a llegar mucha más gente a querer conectarse con la naturaleza de una forma amable y segura, instalamos tirolesas que le dieron mucho atractivo, esto nos permitió trabajar en cuestiones ambientales”.
Gracias a los incentivos turísticos Alberto y su equipo han podido apoyar toda clase de iniciativas que buscan proteger el lago.
“Para 2008 tuvimos el primer florecimiento de cianobacteria, que estaba deteriorando la calidad del agua, de esa agua que yo estuve bebiendo y donde mi hija solía nadar. Esto nos movilizó a todos los que vivimos alrededor”, cuenta Alberto.
El lago de Atitlán es conocido en Guatemala por su belleza y riqueza en biodiversidad, solía tener aguas cristalinas de las que mucha gente, animales y plantas dependen para sobrevivir. Sin embargo, con el tiempo el crecimiento demográfico, la contaminación humana y grandes descargas de aguas residuales lo ha ido deteriorando.
Es por esto que desde la Reserva Natural Atitlán comenzaron una labor de concientización y sensibilización sobre las acciones humanas y la respuesta de la naturaleza a estas.
“Si la gente toma el agua del lago y viene envenenada, surge un problema de salud pública y a eso le estamos apuntando ahora, porque los llamados a conservar el ambiente para futuras generaciones no se convierte en un mensaje verdaderamente impactante si no se habla de algo dramático como la salud pública y los niños que están muriendo a causa de enfermedades gastrointestinales por la contaminación agua”.
Uno de los objetivos principales de la reserva es brindar un espacio donde las personas, organizaciones o investigadores interesados en restaurar el lago puedan reunirse con los trabajadores y comunidades locales para pensar en un futuro común y hablar de soluciones relacionadas con el medio ambiente.
“Uno de los problemas es que hay organizaciones internacionales que vienen a decirle a las personas qué tienen que hacer (sin preguntarles) y por eso hay un resentimiento, porque históricamente ha sido así”, cuenta Amelia Rivera, hija de Alberto y encargada de comunicaciones y mercadeo en la Reserva.
Dentro del territorio del Lago habitan tres comunidades indígenas, quienes desde un inicio también han convivido con el lago y pueden aportar soluciones naturales con la ayuda de científicos y organizaciones por medio de un diálogo sin prejuicios y con una “escucha profunda”, como explica Alberto, para así volver a tener agua limpia y un ambiente sano.
Por otro lado, la Reserva también ha aportado a la comunidad con soluciones sostenibles a la contaminación, como por ejemplo, un sistema de filtración natural sin cloro utilizando arena, la cual captura los microorganismos y bacterias (como la E. Coli), permitiendo que el agua salga totalmente purificada.
También poseen una gran variedad de plantas forestales nativas de la zona, además de un mariposario con especies que antes no se veían, ya que las plantas donde estas especies ponían sus huevos también están desapareciendo, esto con el objetivo de mostrar la relación que hay en todas las formas de vida e identificar que nuestras acciones contribuyen a la extinción o restauración de la biodiversidad.
Gracias a estas medidas de reforestación y conservación, la vida animal también ha crecido en el lugar, además de que han recibido animales rescatados que habían estado enjaulados o maltratados.
“Yo escuchaba que antes había pizotes, hoy ellos son dueños del centro de visitantes, pasan en manadas o grupos de hembras con sus crías. Uno ve que los animales que no han sido golpeados ni perseguidos se acercan a las personas”, cuenta Alberto, y siempre cuidando de que las personas tampoco intervengan directamente con ellos.
“La gente se maravilla de que pasen este tipo de animales al frente uno puede ver ardillas, mapaches, iguanas, tacuazines, monos araña”.
Dentro del hotel también se practican hábitos sostenibles, como eliminar la carne roja del menú debido a su consecuencia ambiental. Tampoco aceptan plásticos de un solo uso, por lo que han negociado con varios proveedores, como Gatorade, para que les brinden el producto en envases de vidrio o evitar los envoltorios plásticos.
“Es una negociación constante, ahorita por ejemplo, los alcaldes del lago comenzaron a sacar una ordenanza que prohíbe las pajillas y el duroport, es el segundo municipio del país con estas normas, es un primer paso”, comparte Alberto.
Muchos de los visitantes llegan a la Reserva por la experiencia extrema de las atracciones y la adrenalina, sin embargo, durante su estadía se dan cuenta de otro tipo de mensajes e información sobre el entorno en el que se encuentran. Además de la sensibilización ambiental, el equipo también se encarga de que no se pierda la cultura indígena que es rica en el área y es parte de la experiencia natural que buscan transmitir.
Puedes visitar el sitio web de la Reseva Natural Atitlán aquí.
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