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Una empresa danesa de biotecnología está tratando de combatir el cambio climático una carga de ropa a la vez. Su arma secreta: hongos como los que se encuentran en un bosque en hibernación en las afueras de Copenhague, Dinamarca.
En la búsqueda por un detergente más amigable con el medio ambiente, dos científicos de la empresa Novozymes suelen rebuscar en el lodo para encontrar gírgolas o champiñones ostra que sobresalen de hayas caídas o políporos que se alimentan de fibras vegetales duras. Los científicos están estudiando las enzimas en los hongos que aceleran las reacciones químicas o procesos naturales como la descomposición.
“Ahí pasan muchas cosas, si uno sabe qué buscar”, comentó Mikako Sasa, uno de los científicos de Novozymes.
Su trabajo está ayudando a la empresa a desarrollar enzimas para detergentes de ropa y platos que requieran menos agua o que funcionen con la misma eficacia a temperaturas más bajas. El ahorro de energía podría ser significativo. Por ejemplo, las lavadoras representan más del 6% del uso de energía eléctrica en el hogar en la Unión Europea.
Captar enzimas para combatir la mugre no es una estrategia nueva. A lo largo de miles de años, los champiñones y sus primos, los hongos, han evolucionado para convertirse en maestros para alimentarse de árboles muertos o ramas caídas y otros materiales. Descomponen estos materiales difíciles ya que secretan enzimas en sus portadores. Incluso antes de que se supiera qué eran las enzimas, se usaban para la fermentación de bebidas alcohólicas y la elaboración de queso, entre otras actividades.
En 1833, los científicos franceses aislaron una enzima por primera vez: la diastasa, que descompone el almidón en azúcares. Para principios del siglo 20, un químico alemán había comercializado la tecnología, vendiendo un detergente que incluía enzimas extraídas de los intestinos de las vacas.
Novozymes y sus competidores han desarrollado un catálogo de enzimas en el transcurso de los años, que suministran a los gigantes de los productos para el consumidor como Unilever y Procter & Gamble.
En las instalaciones de la empresa, que tiene un diseño compacto de la década de los sesenta, los científicos en batas blancas de laboratorio y armados con lavadoras miniatura ponen a prueba nuevas combinaciones de enzimas en ropa diminuta como para muñecas. A fin de probar qué tan bueno es un producto para combatir las manchas, importan muestras de manchas de todo el mundo, como las de los cuellos grasosos y oscurecidos o las manchas amarillas en las axilas.
Los detergentes modernos contienen hasta ocho enzimas distintas. En 2016, Novozymes generó ingresos por cerca de $2,200 millones y suministró enzimas para detergentes como Tide, Ariel y Seventh Generation.
La cantidad de enzimas requeridas en un detergente es relativamente pequeña en comparación con las alternativas químicas, además de ser un atributo atractivo para los consumidores que buscan ingredientes más naturales. Una décima parte de una cucharadita de enzimas en una carga de ropa típica en Europa disminuye a la mitad la cantidad de petroquímicos o aceite de palma en un detergente.
Además, las enzimas son bastante adecuadas para ayudar a disminuir el consumo de energía. Se les suele encontrar en ambientes relativamente fríos, como los bosques y los océanos. Como resultado de esa temperatura natural baja, no necesitan el calor ni la presión que comúnmente se utilizan en las lavadoras y otros procesos de lavado de ropa.
En 2009, los científicos de Novozymes trabajaron junto con Procter & Gamble para desarrollar una enzima que pudiera usarse en detergentes líquidos para lavar con agua fría. Los investigadores partieron de una enzima de bacterias de la tierra que encontraron en Turquía y la modificaron con ingeniería genética para que se asemejara lo más posible a una sustancia que se encuentra en el agua marina fría. Cuando encontraron la fórmula adecuada, llamaron a esta enzima Everest, en referencia a la escala de la hazaña que acababan de lograr.
“Sabíamos que esto era algo que los consumidores querían”, comentó Phil Souter, director asociado de la Unidad de Investigación y Desarrollo de Procter & Gamble en Newcastle, Inglaterra. “Me parece una forma muy tangible y práctica en la que la gente puede hacer la diferencia en sus vidas cotidianas”.
Después, encontraron la forma de producir en masa la enzima. Novozymes implantó el ADN del producto recién desarrollado en un lote de portadores microbianos que se usaron para cultivar rápidamente grandes volúmenes de enzimas a un bajo costo. Luego, bajo una estricta supervisión, las enzimas se “reposaron” en tanques enormes antes de venderse. El resultado: un ingrediente clave en detergentes como Tide Cold Water.
“Es biotecnología a una escala muy grande”, explicó Jes Bo Tobiassen, gerente de una instalación de manufactura de Novozymes en Kalundborg, una pequeña ciudad en la costa de Dinamarca.
A medida que investiga nuevas enzimas, Novozymes está tratando de llegar a los consumidores en las economías de rápido crecimiento, como China.
En buena parte del mundo desarrollado, los hábitos de lavado de ropa están relativamente arraigados. Los europeos tienden a usar lavadoras que se cargan por el frente, que son mucho más eficientes en cuanto al uso de energía y agua que las lavadoras que se cargan por arriba, como las que se prefieren en Estados Unidos.
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Sin embargo, en China, los miembros de la creciente clase media, como Shen Hang, están mejorando las lavadoras y recurriendo a detergentes más costosos y de mayor calidad. Aunque los consumidores del país se encuentran entre los lavadores de ropa más frecuentes y exigentes, según los investigadores de Novozymes, sus costumbres no son tan arraigadas.
En este momento, ellos lavan principalmente a bajas temperaturas. Sin embargo, a Peder Holk Nielsen, director ejecutivo de Novozymes, le preocupa que eso pueda cambiar a medida que aumente la riqueza en China. En Occidente, los consumidores hicieron lo mismo en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, manifestó Nielsen.
Si se puede evitar esta transición gracias al desarrollo de enzimas, estaríamos ante una “historia fenomenal de sustentabilidad”, afirmó. “Hablamos de un enorme ahorro de agua y energía”.
Este texto apareció originalmente en The New York Times, puedes encontrar el original aquí.
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