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En el altiplano de Afganistán, paisaje espectacular y áspero, se puede señalar más o menos dónde se hace imposible un asentamiento humano a una altitud de 3,000 metros.
Aquí es donde vive la familia de Aziza, en el pueblo de Borghason. En un buen año, apenas sobreviven cultivando el trigo y las patatas para la comida y un pequeño ingreso. Sin embargo, cuando no hay lluvia, como sucede cada vez más, la familia se hunde en deuda, incapaz de reembolsar a los comerciantes por las semillas de ese año.
Las cosas están a punto de complicarse. La precariedad de la vida en Bamiyan, una de las provincias más pobres de Afganistán, deja a las aldeas como Borghason a merced del cambio climático.
En una visita reciente, el medio The Guardian caminó desde lagos de agua dulce rodeados de macizos irregulares a 4,500 metros hasta aldeas en el extremo receptor del clima errático, un resultado común del calentamiento global. Las temperaturas más cálidas derriten la nieve de las montañas antes de tiempo, lo que resulta en un aumento del flujo de agua que los agricultores no necesitan en ese momento.
Se trata de irregularidades que los agricultores, que viven al margen de la sostenibilidad económica, no pueden permitirse. “La gente está sobreviviendo”, dijo Andrew Scanlon, representando al país como director del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
“Su habilidad para recuperarse es casi cero”.
Los agricultores dicen por unanimidad que las temperaturas han aumentado en las últimas décadas. La lluvia es más escasa y más impredecible. “La gente conoce el cambio climático aunque no lo llamen así”, comentó Fatima Akbari, asistente de país del PNUMA.
“Ellos saben todo sobre el cambio en el agua y el clima”.
A pesar de 15 años como uno de los receptores más grandes del mundo de ayuda internacional, en gran parte a la agricultura, Afganistán continúa lamentablemente subdesarrollada y en gran medida indefensa contra las sacudidas de la naturaleza. Los donantes occidentales principalmente invirtieron dinero en programas de corto alcance, como ingeniería pesada y programas de dinero por trabajo, diseñados para un “impacto rápido”, dijo Scanlon.
Aunque las investigaciones sobre el tema en Afganistán se limitan a análisis antropológicos a pequeña escala, estudios de Irak y otros lugares vinculan el calentamiento global y la seguridad. El PNUMA indica que alrededor del 80% de los conflictos en Afganistán están relacionados con recursos como la tierra, el agua y a la inseguridad alimentaria, una consecuencia inmediata del calentamiento global.
Según un informe del PNUMA, el Programa Mundial de Alimentos y la Agencia Nacional de Protección Ambiental (NEPA), los mayores riesgos climáticos para los medios de vida afganos son la sequía y las inundaciones causadas por el deshielo o las precipitaciones irregulares.
Las montañas de Shah Foladi, uno de los cuatro parques nacionales reconocidos, alimentan tanto la cuenca de Kabul como el río Helmand, que corre hacia el sur por 1,126 kilómetros. En Helmand, el agua ha instigado el conflicto durante décadas.
“En la región, Afganistán es el país más vulnerable frente a los estragos del cambio climático“, dijo el príncipe Mostapha Zaher, nieto del ex rey Mohammad Zahir Shah y director general de la NEPA.
Zaher, un microbiólogo entrenado, ha representado al país en 14 convenciones ambientales internacionales desde 2005. Sin embargo, las prioridades del gobierno parecen no alcanzar sus ambiciones. Él ha encabezado esfuerzos para proteger la extraordinaria biodiversidad de Afganistán ayudando a nombrar cuatro áreas como parques nacionales.
Las amenazas al sitio no vienen sólo del clima, sino de los seres humanos también. La basura está amontonada en el borde del agua. “Afganistán es uno de los países con mayor biodiversidad del mundo”, comentó Scanlon, y agregó que el país cuenta con unas 3,000 plantas endémicas, casi cuatro veces más que Europa.
La biodiversidad nacional es otra víctima de donantes internacionales, como USAid, que subsidian fertilizantes y pesticidas a los agricultores afganos y han utilizado pesticidas para erradicar las amapolas. Scanlon dijo que las agencias internacionales generalmente tienen una “comprensión pobre” de las riquezas naturales de Afganistán.
“Antes, no había nada aquí, estaba quemada”, dijo Haji Qadir, un anciano de la aldea. Sin embargo, recuerda que el valle de su infancia era más fértil. “El aire solía estar más limpio, no lleno de polvo como ahora”.
Las aldeas de Bamiyan ejemplifican cómo el cambio climático puede obstaculizar la capacidad de las familias para mantenerse. Según el príncipe Zaher, muestran por qué el calentamiento global debe tomarse tan en serio.
“El terrorismo no va a quedarse aquí para siempre”, dijo. “Pero el cambio climático es una sentencia de muerte continua”.
Este texto apareció originalmente en The Guardian, puedes encontrar el original en inglés aquí.
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