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En la árida inmensidad de este rincón de la península arábiga, en Ibra (Omán), donde merodean las cabras y uno que otro camello, las rocas forman parte del paisaje prácticamente a dondequiera que se ve.
Sin embargo, los afloramientos inhóspitos y las crestas escarpadas son más que solo un escenario. Algunas de estas rocas están trabajando arduamente, reaccionando naturalmente al dióxido de carbono de la atmósfera para convertirlo en piedra.
Las venas de minerales calcáreos corren a través de los bloques de roca oscura como la grasa de un filete de carne. El carbonato rodea los guijarros y cantos rodados (fragmentos de roca pulidos y sueltos), con lo que convierte la grava ordinaria en mosaicos naturales.
Incluso el agua de manantial estancada que ha surgido de entre las rocas reacciona con el dióxido de carbono para producir una corteza parecida al hielo que, si se rompe, vuelve a formarse en cuestión de días.
Los científicos dicen que si este proceso natural, llamado mineralización de carbono, pudiera controlarse, acelerarse y aplicarse de modo económico y a gran escala, suposiciones muy grandes, lo admiten, ayudaría a combatir el cambio climático. Las rocas podrían eliminar parte de los miles de millones de toneladas de dióxido de carbono que atrapan el calor y que los humanos han estado expulsando a la atmósfera desde el comienzo de la era industrial.
Al convertir el dióxido de carbono en piedra, las rocas en Omán y en otros lugares de todo el mundo que tienen formaciones geológicas similares, asegurarían que el gas se eliminara de la atmósfera para siempre.
“Los minerales sólidos de carbonato no se irán a ningún lado”, dijo Peter B. Kelemen, un geólogo del Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty de la Universidad de Columbia que ha estado estudiando las rocas de Omán durante más de dos décadas.
Con el paso del tiempo, capturar y almacenar dióxido de carbono despierta cada vez más interés. El Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático dijo que implementar ese tipo de tecnología es esencial para frenar el calentamiento global.
Sin embargo, la idea apenas se ha diseminado: hay menos de veinte proyectos a gran escala que operan en todo el mundo, en los cuales se captura el dióxido de carbono proveniente de la quema de combustibles fósiles en centrales eléctricas o en otros procesos industriales y se almacena como gas bajo la tierra.
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Lo que Kelemen y otros tienen en mente es extraer el dióxido de carbono que ya está en el aire para detener o revertir el aumento gradual en la concentración atmosférica de dióxido de carbono. La captura directa en el aire, como se le conoce, a veces se describe como una forma de geoingeniería (manipulación deliberada del clima), aunque este término se reserva más a menudo para la idea de reducir el calentamiento al reflejar más luz solar hacia afuera de nuestro planeta.
Aunque muchos investigadores dicen que la captura directa en el aire es poco práctica tanto desde el punto de vista logístico como desde el económico, particularmente dados los miles de millones de toneladas de gas que tendrían que eliminarse para tener un resultado significativo, algunos señalan que podría considerarse si no funcionan otras iniciativas para contrarrestar el calentamiento global.
Algunos investigadores y empresas han construido máquinas que pueden extraer dióxido de carbono del aire, en cantidades relativamente pequeñas, pero adaptar y mejorar los procesos naturales de captura al utilizar rocas es una tecnología menos desarrollada.
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Kelemen es uno de los pocos investigadores que están estudiando esa idea en todo el mundo. En una central eléctrica geotérmica en Islandia, después de varios años de experimentación, una compañía energética está inyectando cantidades modestas de dióxido de carbono a las rocas volcánicas, donde se mineralizan.
Investigadores neerlandeses han sugerido esparcir roca triturada a lo largo de las costas para capturar dióxido de carbono. Además, los científicos en Canadá y Sudáfrica están analizando maneras de utilizar los residuos de la minería, llamados relave, para hacer lo mismo.
“Es evidente que tendremos que eliminar el dióxido de carbono de la atmósfera”, dijo Roger Aines, quien dirige el desarrollo de tecnologías de manejo de carbono en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore en California y ha trabajado con Kelemen y otros. “Tendremos que hacerlo en una escala colosal”.
Si miles de millones de toneladas de dióxido de carbono serán convertidas en roca, hay pocos lugares en el mundo más adecuados para hacerlo que Omán, un sultanato con una población de cuatro millones de habitantes y una economía basada en el petróleo y, cada vez más, en el turismo.
Este texto apareció originalmente en The New York Times, puedes encontrar el original aquí.
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