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Combatir el cambio climático con limitaciones de velocidad para los grandes buques que surcan las aguas internacionales. Esa es una de las medidas que ha puesto sobre la mesa la Organización Marítima Internacional (OMI), el ente de las Naciones Unidas encargado de fijar las normas sobre seguridad y medio ambiente en este tipo de transporte.
Además de ayudar a frenar el calentamiento global, indirectamente estas limitaciones podrían beneficiar a grandes cetáceos como las ballenas, muy expuestas al ruido de las grandes embarcaciones y a las colisiones.
En abril de este año un centenar de países que forman parte de la OMI decidieron marcar objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para los próximos años. Entre otras metas, ese acuerdo establecía que en 2030 el transporte marítimo internacional deberá haber reducido un 40% el dióxido de carbono respecto a los niveles de 2008.
En 2050 esa reducción deberá estar en el 70%. Algunas de las medidas concretas para cumplir con esas metas, entre las que ya se proponía en abril la limitación de la velocidad de los grandes buques, se deben empezar a aprobar ahora en una reunión que celebra la OMI este mes en Londres.
La propuesta que los Gobiernos discutirán recuerda que el objetivo es introducir en las normas de navegación internacional el “concepto de velocidades de operación máximas obligatorias” en función del tipo de buque y su tamaño. Además, el texto señala que esas velocidades máximas, solo aplicables para los trayectos internacionales, podrían entrar en vigor entre 2021 y 2022.
Hace solo unos días, el IPCC (el grupo científico asesor de la ONU en materia de cambio climático) avisaba de que el planeta se estaba quedando sin tiempo en la batalla contra el cambio climático. Y urgía a los Gobiernos a aplicar medidas drásticas si se quiere que el calentamiento quede dentro de límites manejables.
Cuando un país se adhiere al Acuerdo de París contra el cambio climático está obligado a presentar un plan nacional de reducción de gases de efecto invernadero. Pero hay zonas oscuras en ese pacto internacional. Y uno de esos puntos ciegos es la navegación internacional, al igual que los vuelos que no son domésticos.
Al tratarse de actividades que no se desarrollan dentro del territorio de un solo país, los viajes de las grandes embarcaciones entre distintos Estados no entran dentro de ninguno de esos planes nacionales de reducción de emisiones. Por eso son importantes los acuerdos como el de la OMI de abril de este año.
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El transporte marítimo internacional expulsó en 2015 (el último año del que tiene cifras cerradas la OMI) 812 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, lo que supone el 2.25% de todo el dióxido de carbono de las actividades humanas en el planeta.
El problema son las proyecciones para el futuro; si no se aplican medidas contundentes, en 2075 las emisiones de este sector rondarán los 3,500 millones de toneladas, según las estimaciones del Consejo Internacional del Transporte Limpio (ICCT). De ahí la importancia de medidas como las limitaciones a la velocidad que se abordará en el seno de la OMI este mes.
Pero no solo es una cuestión relacionada con el cambio climático. Así lo cree la investigadora Regina Asmutis-Silvia, directora ejecutiva en América del Norte de la ONG Conservación de Ballenas y Delfines (WDC).
“Uno de los mayores beneficios de la reducción de las velocidades es que también se reduce el ruido de las naves. Las ballenas son animales acústicos y los estudios han demostrado que el ruido de las naves afecta su capacidad para comunicarse o encontrar alimentos y aumenta su nivel de hormonas de estrés”, señaló Asmutis-Silvia.
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Otro de los riesgos para estos grandes cetáceos es el de las colisiones. Asmutis-Silvia sostiene que las investigaciones muestran que reducir por debajo de los 15 nudos la velocidad de las naves limita “el riesgo de una colisión fatal con las ballenas”.
Y ya existen experiencias en algunas partes del mundo. “A lo largo de la costa este de Estados Unidos hay una limitación estacional que obliga a todos los buques de más de 20 metros de eslora a cumplir con una velocidad máxima de 10 nudos”, explicó la especialista.
“Las investigaciones muestran que el riesgo de una colisión fatal con un barco para las ballenas francas a lo largo de la costa este de EE. UU. ha disminuido entre un 80% y un 90% desde que se impuso la limitación”, afirmó Asmutis-Silvia, quien sostiene que en el golfo de San Lorenzo, en Canadá, se está planteando una medida similar de limitación de velocidad para grandes buques como la de EE. UU.
Este texto apareció originalmente en el diario El País, puedes encontrar el original aquí.
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