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Con las investigaciones actuales, pocas y no todas fiables, es imposible conocer el riesgo que puede comportar la ingesta de microplásticos en los humanos, advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS) en un informe.
“Se necesita urgentemente saber más, porque esas partículas están por todas partes incluso en el agua potable y hay que detener su aumento en todo el mundo”, señala María Neira, directora del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente del organismo.
La información actual sobre detección de las diminutas partículas plásticas en agua dulce, potable o residual aparece en 50 investigaciones (solo nueve se centran en el agua potable), pero al no seguir métodos estándar para el muestreo y análisis son “difíciles” de comparar, juzga el informe “Microplásticos en agua potable”.
Hay estudios que sugieren una absorción e impacto muy limitado de mircroplásticos de menos de 50 micras (0.05 milímetros) en animales de laboratorio a altas concentraciones, pero se desconoce el impacto en seres humanos. Las pruebas toxicológicas se han dirigido principalmente a organismos acuáticos.
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Además, según un análisis que resume los últimos conocimientos sobre la materia, “no es probable que los microplásticos de más de 150 micrómetros sean absorbidos en el cuerpo humano y se espera que la entrada de partículas más pequeñas sea limitada. Sin embargo”, añade la OMS, “la absorción de partículas microplásticas muy pequeñas, incluso en el rango de tamaño nano, puede ser mayor, aunque los datos son extremadamente limitados”.
A pesar del desconocimiento, la OMS llega a unas conclusiones preliminares. Parten del hecho de que los humanos consumen desde hace décadas estas sustancias sin que existan indicaciones de efectos adversos sobre la salud. Además, se han desarrollado métodos de depuración, que lograrían poner freno al 90% de los microplásticos en las aguas residuales, plantea el informe como solución.
Una medida que choca con el grado de implementación de esa tecnología, que disminuye en países con ingresos medios y bajos. En ellos, el 67% de la población carece de acceso a las conexiones de alcantarillado y alrededor del 20% de las aguas residuales domésticas que llegan a los colectores no se somete a tratamiento. En un contexto donde, además, prima la lucha contra la exposición a patógenos de aguas no tratadas, que provocan enfermedades diarréicas mortales, los microplásticos quedan relegados a un plano secundario.
Tampoco es fácil encontrar datos de qué ocurre con los desechos del tratamiento de las aguas ni del impacto que provocan en el entorno. Los plásticos no se destruyen totalmente, sino que se transfieren de una parte a otra, igual que ocurre con los lodos de las depuradoras que se usan como abono agrícola, concreta la OMS.
Al final pueden acabar en los oceános, el sumidero definitivo de gran parte de los restos plásticos del mundo. En estas aguas, las piezas de plástico grandes se convierten en perjudiciales para la vida marina. Es importante aclarar que los riesgos para el ecosistema acuático no equivalen necesariamente a peligros para la salud humana. Las dudas se aclararían con investigaciones bien diseñadas que permitieran comprender mejor de dónde proceden los microplásticos que se detectan en el agua potable, además de la eficacia de diferentes procesos de tratamiento, pide la OMS.
Julio Barea, responsable de la campaña de plásticos de Greenpeace, corrobora esa falta de datos. “Nosotros llevamos años pidiendo más estudios y nos alegramos de que instituciones de este tipo den la voz de alarma”, comenta.
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El problema fundamental de los microplásticos, en su opinión, es su capacidad de que se les adhieran otros contaminantes y químicos. Recuerda el caso del bisfenol A, un compuesto químico muy utilizado en la fabricación de plásticos que está reconocido como un “disruptor endocino”.
“Ya sabemos que hay que eliminarlo y se ha prohibido en los biberones, pero continua utilizándose en otros muchos envases”, explica. “Son sustancias capaces de alterar el sistema hormonal y generar su disfunción, provocando desde cánceres a problemas en la función reproductora, trastornos metabólicos o cardiovasculares, entre otras dolencias”.
La producción mundial de plástico ha aumentado de forma más o menos exponencial desde la década de 1950. El millón y medio de toneladas de entonces se convirtió en 322 millones en 2015 en Europa y en 348 en 2017, según datos de la Unión Europea. Si se añaden las fibras, la cantidad sube a 381 millones de toneladas. Al ritmo de crecimiento actual tanto de población como de consumo, se prevé que la fabricación se duplique en 2025 y se triplique en 2050, según la FAO. Un nivel de crecimiento que si se confirma, aumentará los riesgos tanto para el medio ambiente como para los humanos, asegura la OMS.
Este texto apareció originalmente en El País, puedes ver el original aquí.
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