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Un grupo de campesinos han rescatado un paraíso en la mixteca del sur mexicano, una de las zonas más erosionadas del país, con suelos que asemejan paisajes lunares, donde el verde de las plantas fue sustituido por el rojo de la tierra pulverizada por la sequía.
En el área, donde aparentemente no germina ni una semilla, la mano del hombre del campo está haciendo reverdecer las zonas áridas de Santo Domingo Yanhuitlán, un municipio mixteca conocido mundialmente por su templo dominico del siglo XVI.
Aquí vive Julio Angel Miguel Ramírez, quien parece tener la fuerza de sus tres nombres en una sola persona.
Maestro rural y campesino, con manos callosas, ojos brillantes y mente inquieta en un cuerpo de 66 años de edad, en 30 años transformó lo que era casi un desierto en un exuberante bosque que él llama “el Paraíso de los Arcos”.
Este paraíso tiene por entrada los restos del acueducto que abastecía de agua a Yanhuitlán en la época de la Colonia y por donde aún, en época de lluvias, se forma un arroyo serpenteante que se sigue llevando la tierra roja de la mixteca.
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Don Julio camina por ese arroyo seco para mostrar la diferencia de los suelos, a la izquierda crece su bosque, pero a su derecha están los páramos agrietados y sin vida. Sube a una ladera roja, se sienta y toma un puñado de tierra que se pulveriza entre sus dedos con tan solo apretarla.
“Precisamente me encuentro acá en lo que es la base de esta ladera que forma aquí más arriba la loma, pero a falta de vegetación hay mucha erosión y esta tierra, que se llama tepetate rojo o tepetate colorado, es muy fácil su deterioro”, cuenta a EFEverde. “Con el medioambiente le da el viento y el sol y se truena fácilmente y se pulveriza, entonces al pulverizarse viene la lluvia y viene el viento y fácilmente lo arrastra, entonces hemos perdido por erosión perdemos muchas toneladas de tierra al año”.
Julio se reincorpora y atraviesa el camino rojo que cambia al verde en unos cuantos pasos para internarse a su paraíso de tres cuartos de hectárea que le ganó la partida a la erosión gracias a su esfuerzo.
Según el Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo Integral Regional (CIIDIR), la región mixteca de Oaxaca ocupa, con más de 100,000 hectáreas desertificadas, el segundo lugar en suelos erosionados y deforestados en América Latina.
Sus tierras viven un proceso de pérdida del suelo que se compara con el desierto del Sahara en Africa, explicó Gabino Martínez, experto en horticultura de esta institución federal.
Las causas datan desde el siglo XVI, cuando la construcción de templos arrasó con buena parte de los bosques para procesar cal. En la actualidad, las actividades ganaderas, principalmente caprinas, arrasan con los follajes.
Pero el bosque personal del señor Julio comienza con un sendero de jacarandas que él mismo sembró, cuando apenas medían cinco centímetros y hoy se elevan a más de 10 metros.
“Encontré un suelo muy árido, digamos, mucha deforestación no se veía más que algunos matorrales y puros deslaves, entonces tal vez inconscientemente me traje el bosque para acá, el bosque que teníamos aquí cuando nací en el monte”, relata.
De la mano del campesino crecen una centena de plantas y árboles, y algunos ya dan frutos, como los dátiles de las palmeras que él mismo cosecha.
“Aquí encuentras lo que quieras buscar”, presume. “Hay nogal, hay lo que es la manzana en diferentes variedades, el aguacate, tenemos plantas de uvas, tenemos cañas de azúcar, tenemos granado, peras, nísperos es lo que abunda más y toda la vegetación que de aquí es puro chile canario y árboles de guaje”, enuncia.
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El éxito de esta armonía natural la observa en los meses de calor y estiaje, pues el clima cambia en tan solo unos metros de seco y caluroso a fresco, que él mismo creó.
“Y llegas al paraje Los Arcos, desde que empiezas a entrar a la pequeña cuenquita ya sientes el cambio del clima y llegas acá y completamente cambiado el clima por eso le llamamos un microclima”, explica.
Hace dos décadas el señor Juan fue el responsable del manejo de la basura en este poblado mixteca y comenzó a reciclarla para crear abonos orgánicos y darle un nuevo uso a los objetos que la gente desechaba.
Convirtió dos viejas carriolas en carretillas para la tierra, cientos de botes de plástico pet ahora reposan llenos de agua en los pies de los árboles para humedecer la tierra, y alambres de colchones resguardan animales de granja y las paredes de la casa donde vive con su esposa, hijos y nietos.
Entre sus nietos está Diego Navarro, que a sus ocho años está seguro de seguir el ejemplo de su abuelo.
“Lo que me ha enseñado es cómo sembrar, regar las plantitas, porque a veces las riego así nomás y se sale la semilla y ya no crece”, dice.
Para don Julio, su bosque es una partícula verde que heredará al mundo.
“Y si este pedacito es como una partícula, si hubiera muchas más partículas que se fueran anexando, le volvemos a dar la vida que tenía anteriormente el mundo“, reflexiona.
Este texto apareció originalmente en EfeVerde, puedes ver el original aquí.
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