Miami estará bajo al agua pronto y lo primero que perdería sería su agua potable
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- Traducido por Mónica Morales - Fuente Bloomberg - Foto por Ashley Satanosky / Unsplash
Douglas Yoder, de 71 años, es subdirector del departamento de agua y alcantarillado del condado de Miami-Dade; su trabajo es pensar en cómo defender el agua potable del condado contra los efectos del cambio climático.
“Tenemos un equilibrio muy delicado en un sistema altamente administrado”, dijo. “Es muy probable que ese equilibrio se altere por el aumento del nivel del mar”. Lo que nadie sabe es cuándo ocurrirá o qué sucederá después.
Desde el nivel del suelo, Miami se parece a cualquier megaciudad estadounidense: una extensión mayoritariamente seca de edificios, carreteras y césped, con uno que otro canal o lago ornamental. Pero desde arriba, las proporciones de agua y tierra se invierten.
La reluciente metrópolis entre la Bahía de Biscayne y los Everglades se revela como una delgada red de tierra y hormigón tendida en un charco que nunca deja de formarse; donde el agua se filtra a través de la grava en sitios de construcción.
Miami-Dade se construye sobre el acuífero de Biscayne, 4,000 millas cuadradas de piedra caliza inusualmente poco profunda y porosa llena de agua de lluvia y ríos que corren desde el pantano hasta el océano.
El acuífero y la infraestructura que se nutre de él, limpia su agua y evita que se sobrecargue en la ciudad. Sin esta fuente abundante de agua dulce, que se hace barata por su proximidad a la superficie, esta ciudad calurosa y remota podría volverse inhabitable.
Efectos del cambio climático
A menos que se produzca una gran inversión en las emisiones de gases de efecto invernadero, el océano Atlántico en aumento cubrirá gran parte de Miami para fines de este siglo.
Los efectos económicos serán devastadores: Zillow Inc. estima que un metro con ochenta y dos centímetros de aumento en el nivel del mar pondrían a un cuarto de las casas de Miami bajo el agua, lo que hace que $200 mil millones en bienes raíces no valgan nada.
El calentamiento global plantea un peligro más inmediato: la permeabilidad que hace que el acuífero sea tan fácilmente accesible también lo hace vulnerable. “Es muy fácil contaminar nuestro acuífero”, dijo Rachel Silverstein, directora ejecutiva de Miami Waterkeeper, un grupo local de protección ambiental.
A medida que la región lucha con problemas climáticos más visibles, que incluyen inundaciones cada vez más frecuentes y la proliferación de algas tóxicas, los riesgos para el acuífero aumentan.
Al este de Northwest Wellfield, que son los 15 pozos de agua limpia del condado, se encuentra la planta de tratamiento de agua de Hialeah. Con sus muros construidos de roca de coral en 1924, Hialeah fue la primera instalación importante de procesamiento de agua de Miami. El agua extraída del Northwest Wellfield se canaliza ahí para limpiarla junto con el agua de otro grupo de pozos que se extraen directamente de la planta. A medida que el cambio climático empeora, esta planta importará cada vez más.
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En 2014, un informe de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) advirtió que “las inundaciones causadas por tormentas más intensas y frecuentes” podrían empujar las toxinas de los sitios conocidos como Superfondos, a fuentes de agua subterránea como el acuífero de Biscayne.
Según la investigación de Constantine Samaras, profesor asociado de ingeniería civil y ambiental en la Universidad Carnegie Mellon, la cantidad de precipitación que cae durante las tormentas más fuertes ha aumentado en alrededor del 7% en el condado desde la década de 1960.
Si bien la disparidad puede no parecer mucha, podría significar la diferencia entre mucha lluvia y una inundación total. La Unión de Científicos Preocupados estima que para 2045, tanto como el 29% de Miami Beach y el 26% de Key Biscayne podrían estar “inundados crónicamente”.
Pamela Cabrera, una estudiante graduada de Harvard, hizo un mapa de los Superfondos en el condado de Miami-Dade y su proximidad a los campos de pozos. Su hipótesis era la siguiente: el aumento de las inundaciones podría desalojar los químicos tóxicos que permanecen en los Superfondos y otros sitios industriales, empujándolos hacia el acuífero.
Según su mapa, una docena de otros Superfondos están dispersos por todo el condado. Inundaciones más severas por tormentas podrían abrumar los controles de la planta Hialeah o mover toxinas a través del acuífero de nuevas maneras, enviándolas a uno de los campos de pozos que no están equipados con los mismos controles.
Minería y toxicidad
En 1997, el estado aprobó la minería de piedra caliza a gran escala en la frontera entre Miami-Dade y los Everglades. Sacar la roca del suelo conlleva la voladura de agujeros en el acuífero, que casi de inmediato se llenan de agua subterránea para convertirse en piscinas azules polvorientas.
Los ecologistas han advertido que los lagos de roca actúan como una “autopista” para los contaminantes de la minería, llevándolos directamente al corazón del acuífero.
La decisión de rodear los pozos más prístinos del condado con minas de roca reflejó un compromiso, dijo Yoder. La Miami-Dade Limestone Products Association Inc., que representa a algunos de los equipos mineros más grandes del área, insiste en que la minería no tiene ningún efecto en el acuífero. Mejor que rodear los campos de pozos con casas, dijo Yoder, y agregó: “Las áreas más desarrolladas tienen contaminantes más altos”.
Más preocupante que la minería en sí es todo el vasto mundo de toxicidad al que la minería ha abierto el acuífero. “El cinturón de roca se convertirá en un lugar donde los contaminantes pueden entrar y moverse más a profundidad”, dijo Philip Stoddard, alcalde de South Miami.
Luego están las heces. A medida que los desarrolladores construyeron el sureste de la Florida, descubrieron que, en lugar de conectar cada nueva casa al sistema de alcantarillado local, a menudo era más fácil instalar fosas sépticas; el condado de Miami-Dade tiene como 90,000.
Los tanques sépticos atrapan los desechos sólidos, que se supone que deben ser bombeados, mientras que el líquido se drena en el suelo, donde la gravedad y el tiempo filtran las bacterias y todo lo que haya antes de que llegue al agua subterránea. En el sureste de Florida, el agua subterránea está especialmente cerca de la superficie, y está aumentando.
El estado requiere al menos casi un metro de suelo seco entre la parte inferior del campo de drenaje y la parte superior del nivel freático, pero Brian Lapointe, un profesor investigador de la Florida Atlantic University que se centra en el papel de los tanques sépticos en la contaminación del agua, dijo que durante la temporada de lluvias, el agua subterránea en partes del sur de la Florida ya supera esa medida.
Las inundaciones aumentarán aún más la capa freática, enviando desechos humanos parcialmente tratados al acuífero. Esos desechos pueden contener bacterias E.coli, que causan diarrea, vómitos e incluso insuficiencia renal. Los altos niveles de nitratos, otro componente de los desechos no tratados, causan lo que se llama el síndrome del bebé azul, en el cual la sangre de los bebés ya no puede transportar suficiente oxígeno.
Agua salada
A medida que el océano se eleva, el agua salada es empujada hacia la piedra caliza, formando un muro de agua salada que se arrastra hacia el interior a lo largo del suelo del acuífero. Los pozos del condado son esencialmente “pajillas gigantes” que extraen agua de 18 a 24 metros bajo tierra.
A medida que el frente de agua salada avanza hacia el oeste a través del acuífero, llegando a cada una de esas válvulas de admisión y envolviéndolas en agua salina, se corre el riesgo de volverlas inútiles en una sucesión.
Proyectar el ritmo de la intrusión de agua salada es complicado, sobre todo porque los gobiernos estatal y federal todavía están debatiendo si y cómo proceder con una promesa masiva y aún sin fondos para restaurar los Everglades. Independientemente del ritmo de la incursión de agua de mar, el Northwest Wellfield, casi a 32 kilómetros tierra adentro, será uno de los últimos en sucumbir.
Salvo que, en 2013, una nueva instalación al oeste de la planta de tratamiento de Hialeah comenzó a sacar agua salobre desde 304 metros debajo de la superficie del acuífero de Biscayne, y empujó esa agua a través de una serie de membranas plásticas; un proceso de desalinización llamado ósmosis inversa. Pero el proceso requiere hasta 200 libras por pulgada cuadrada de presión, lo que consume aproximadamente 5,000 kilovatios-hora de electricidad por millón de galones de agua.
Aunque lejos de ser perfecta, la desalinización puede ser algún día la única opción de Miami. Pero los defensores del clima temen que la creciente necesidad de desalinización acelere el calentamiento global. Para el condado, existe una preocupación más urgente: la ósmosis inversa es enormemente costosa. El agua de la planta, construida por la compañía de ingeniería AECOM por $55 millones, cuesta dos veces y media más que el agua del acuífero de Biscayne.
Respuestas a las crisis… en lista de espera
Hipotéticamente, la mayoría de los desafíos que plantea el cambio climático para el agua potable de Miami podrían resolverse con dinero. Los hogares con tanques sépticos podrían conectarse a la infraestructura de alcantarillado, un proceso que Yoder estima que costaría entre $2 mil millones y $3 mil millones.
El suelo en los Superfondos y otros sitios industriales podría excavarse o encerrarse mejor. Se podrían instalar monitores en tiempo real para advertir sobre una filtración inesperada. Se podría instalar tecnología aún más avanzada en las plantas de tratamiento de agua. Pero esos proyectos necesitarían financiación y ya hay una larga lista de espera.
En 2008, la legislatura de Florida aprobó una ley que dictaba que las empresas de agua del estado dejarán de descargar aguas residuales al océano para 2025; cumplir con esa línea de tiempo podría costar tanto como $5 mil millones, dijo Yoder.
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Luego, en 2013, Miami-Dade firmó un acuerdo con la EPA, que determinó que el condado descargó ilegalmente más de 28 millones de galones de aguas residuales sin tratar en la Bahía de Biscayne. El condado prometió mejorar sus instalaciones de recolección y tratamiento de aguas residuales a un costo de $1.6 mil millones.
En su último presupuesto de capital, el departamento de Yoder estimó que se necesitarían $13.5 mil millones para estos y otros proyectos futuros de infraestructura, de los cuales $9.5 mil millones serían financiados por bonos.
Los problemas con el agua potable de Miami son parte de una lista de efectos del cambio climático que los funcionarios deben identificar, descifrar y combatir. Estos incluyen nuevas enfermedades como el Zika, la proliferación de algas tóxicas más frecuentes, la desaparición de playas, las olas de calor, la creciente amenaza de un accidente inmobiliario y la eventual necesidad de reubicar a las personas lejos de la costa.
La protección del acuífero no es el final de la adaptación al cambio climático; puede que ni siquiera sea la parte más difícil. Es simplemente el precio que la ciudad tendrá que pagar para seguir intentándolo.
Este texto apareció originalmente en Bloomberg, puedes encontrar el original en inglés aquí.