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En el contexto de la pandemia del COVID-19 y la crisis climática, la naturaleza está enviando un “mensaje de auxilio”, dice el director de Medio Ambiente de la ONU, Inger Andersen, en una entrevista concedida al periódico británico The Guardian.
Para el funcionario el Día Internacional de la Madre Tierra, que se celebrará el próximo 22 de abril, debe generar conciencia entre los seres humanos. Los cambios en las formas de convivencia y movilización durante este tiempo de aislamiento social y sus visibles efectos en la naturaleza y urbes del mundo, invitan a reflexionar sobre el impacto de nuestras acciones. Además, señala que el cuidado de la Tierra es responsabilidad colectiva y hay que fomentar esta armonía.
“Las personas están íntimamente interconectadas con la naturaleza. Y a medida que avanzamos hacia una población de 10 mil millones de personas en este planeta, necesitamos ir a este futuro armados con la naturaleza como nuestro aliado más fuerte”, asegura.
María Gabriela Salazar, experta en medio ambiente de la Unacem Ecuador, concuerda con Andersen y afirma que el impacto de las actividades humanas en el planeta “no son cosas del futuro”.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), entre 1998 y 2017 más de un millón de personas murieron a causa de catástrofes geofísicas relacionadas con el clima.
“Existen evidencias que demuestran que el calentamiento global está provocando cambios permanentes en el ambiente y algunas de estas consecuencias están siendo irreversibles”, dice Salazar.
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El PNUD también señala que una nueva enfermedad infecciosa emerge en los humanos cada 4 meses. De estas enfermedades, el 75% proviene de animales. Los virus mutan naturalmente y pueden recombinarse, compartiendo diferentes componentes para crear nuevos virus, por eso es muy importante la concienciación y el accionar de manera urgente.
“Todos podemos colaborar para reducir nuestra huella ambiental en el planeta con acciones sencillas como: usar menos recursos, especialmente agua y energía, generar menos desechos, reusar y reciclar en lo posible”, añade Salazar.
Además, la organización ecologista Greenpeace afirma que la tala y la deforestación de los bosques aumentan el riesgo de transmisión de enfermedades entre los seres humanos al entrar más fácilmente en contacto con poblaciones de fauna silvestre portadoras de virus.
Ecuador es el país con la mayor tasa de deforestación de Latinoamérica en relación con su tamaño. En el 2018 el país registró 12.5 millones de hectáreas de bosque nativo, lo que demuestra una disminución constante desde la década del 90 cuando había 14.5 millones de ha. Los incendios forestales, la expansión urbana, actividades extractivas como la minería y el petróleo, sumado al avance de la frontera agropecuaria, son las causas.
Aunque de forma parcial la actividad humana ha parado por el COVID-19, las huellas de siglos de producción contaminantes siguen causando estragos. El mes pasado fue uno de los marzos más cálidos jamás registrados, según el servicio europeo Copernicus sobre cambio climático. Además, se calcula que existen unos 30 millones de especies animales y vegetales distintas en peligro de extinción en el mundo.
Para Salazar el respiro obligado que los humanos le hemos dado a la Tierra en estos días debe impulsar a las industrias a adoptar medidas para mitigar sus impactos ambientales.
Este texto apareció originalmente en El Universo, puedes ver el original aquí
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