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Éste es un artículo de opinión, su contenido expresa la postura de sus autores, Hassan Noor y Niall O’Connor.
Cuando los niños comienzan a demandar a los gobiernos por falta de acción ante el cambio climático, como lo han hecho en Corea del Sur, Pakistán, India y varios otros países, es hora de prestar atención y tomar nota.
La crisis climática ya es una amenaza existente para los países golpeados por fenómenos meteorológicos extremos. Pero, con mucho peor por venir para las generaciones futuras, también es una crisis sobre los derechos de los niños.
La Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño consagra el derecho de los niños a la supervivencia. Menciona explícitamente “los peligros y riesgos de la contaminación ambiental”, incluido el calentamiento global.
Pero en una región que ya es la más propensa a desastres en el mundo, hogar de tres de los países con más emisiones de carbono y 99 de las 100 ciudades más contaminadas, esos derechos están siendo arrojados a un pozo de desechos tóxicos.
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Estos derechos se ven socavados por cada nueva planta de carbón que abre, cada nuevo acre de bosque quemado y cada oportunidad perdida de reconstruir economías actualmente estancadas sobre cimientos más limpios y ecológicos.
Existe una fuerte obligación moral en los gobiernos por tomar medidas efectivas para ayudar a minimizar los efectos de nuestro consumo insostenible de recursos naturales. Pero también existe un creciente reconocimiento de las obligaciones legales de los gobiernos para hacerlo. Y nuestros niños han hecho oír su voz, hasta que llegó el COVID-19.
La pandemia mundial ha llamado la atención de todos y ha silenciado gran parte del rumor de niños y jóvenes en torno a la crisis climática que captó la atención pública el año pasado. Aunque muchos jóvenes activistas climáticos se han mantenido comprometidos, un análisis de las redes sociales encuentra que la cantidad de conversaciones públicas en línea sobre el clima, las cual aumentó constantemente durante 2019, disminuyó drásticamente en 2020 cuando surgió COVID-19.
A nivel mundial, las discusiones públicas en línea sobre el clima entre abril y junio de este año se desplomaron en un asombroso 70% en comparación con el mismo período del año pasado.
Pero, aunque COVID-19 ha eliminado la crisis climática de la agenda política, no significa que no sea un tema candente. En todo caso, representa una amenaza mucho mayor que el COVID-19 para la humanidad, y ninguna vacuna puede solucionarlo.
Con su futuro en riesgo, los niños y los jóvenes deben ser escuchados y sus necesidades integradas cuando los gobiernos aborden la emergencia climática con el audaz nivel de ambición requerido, pero colectivamente carente hasta ahora.
Los gobiernos de Asia-Pacífico deben estar a la vanguardia porque enfrentan los mayores impactos humanos de la crisis climática. Es el hogar de la mitad de la población mundial y dos tercios de los más pobres. La mitad de la población urbana de Asia vive en zonas costeras bajas y llanuras aluviales, la cual está en mayor riesgo por el aumento del nivel del mar y las inundaciones.
Este año, el sur de Asia ya ha vivido dos ciclones severos en un mes y actualmente está experimentando uno de los monzones más mortíferos en años. Algunas naciones insulares del Pacífico, como Fiji, las Islas Salomón y Vanuatu, corren el riesgo de desaparecer con solo un aumento del nivel del mar de un metro. En las zonas costeras de China, 23 millones de personas corren el riesgo de un aumento de un metro en el nivel del mar. Para el este de Asia en conjunto, esa cifra aumenta a 40 millones.
Los científicos advierten que nuestra destrucción de la naturaleza aumenta los riesgos de una pandemia. Los estudios muestran que las pandemias causadas por virus de origen animal son cada vez más frecuentes, en gran parte debido a actividades humanas insostenibles, como la deforestación, el comercio ilegal de vida silvestre, la contaminación del agua y el aire y la industria de la carne a escala industrial, todo lo cual perturba el mundo natural y empuja a que animales e insectos entren en contacto con humanos. El cambio climático está agravando estos trastornos y los niños de las comunidades pobres y marginadas seguirán sufriendo los peores impactos.
Los jóvenes activistas climáticos y nuestros científicos han estado advirtiendo durante años que la humanidad está consumiendo y abusando de la naturaleza más allá de sus límites. Ahora estamos pagando el precio por ignorar sus advertencias.
Pero queremos decir: te escuchamos. Por eso, el Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo y Save the Children, están apoyando una nueva campaña de jóvenes en Asia-Pacífico para asegurarse de que sus preocupaciones se escuchen alto y claro.
Abordar la crisis climática y recuperarse del COVID-19 requiere un enfoque de toda la sociedad. Es importante implementar las medidas técnicas adecuadas, como mejorar la eficiencia energética, pero primero debemos centrarnos en el empoderamiento y la inclusión, y eso significa brindar a los niños y jóvenes las herramientas y plataformas que necesitan para lograr un cambio duradero.
Sí, necesitamos “reconstruirnos mejor”, pero hacerlo de manera sostenible, colocando la justicia social y la igualdad de género al frente y al centro.
Kaviti, de Sri Lanka y con tan solo diecisiete años, reconoce el problema. “Mi salud se ve afectada. Tengo algunos problemas con mis pulmones y tengo erupciones en la piel por el calor”, dice. “El mar está lleno de plástico. No creo que los adultos estén trabajando lo suficiente por este problema porque a la mayoría de ellos no les importa, arrojan plástico y desperdicios y basura por toda la ciudad”.
Este es nuestro compromiso con Kaviti y millones de niños en todo el mundo. Demostremos que nos preocupamos.
Este texto apareció originalmente en Aljazeera, puedes ver el original en inglés aquí.
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