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Jamal Qureshi no quería salir a cazar icebergs de noche. Todo el mundo, al menos el pequeño mundo que se arrejunta al norte del Círculo Polar, sabe que es una aventura peligrosa. Pero durante el invierno de 2016 tuvo que vencer su resistencia. Se había quedado sin hielo y los clientes seguían haciendo pedidos. Las botellas de agua de iceberg que produce Qureshi se venden a 80 euros la unidad y la noche invernal de Svalbard (Noruega) dura cuatro meses.
Cada día que pasaba perdía dinero. Así que esperó a que el tiempo mejorara y se montó en su barco. Era un rompehielos de 28 metros de eslora con una grúa en la proa, el tipo de barco para navegar entre icebergs y evitar que te hundan. Pese a tantos riesgos, su negocio ha atraído a cada vez más empresas y especuladores en los últimos años. A la vez, Greenpeace alerta de los posibles daños para el medioambiente.
Esa noche, en todo caso, Qureshi tenía otras preocupaciones. “Había quizá 50 metros de visibilidad, noche cerrada y nieve suave por delante”, relata al teléfono. “De vez en cuando, de la nada, veíamos una enorme masa de hielo casi encima, y teníamos que echarnos hacia atrás para ganar distancia. Estos icebergs se rompen, se resquebrajan, debes ir con cuidado y medir las distancias”.
Qureshi lleva midiéndolas desde 2013, cuando dejó Wall Street para trasladarse a Svalbard, un lugar con más osos polares que personas. Tuvo la idea tras recorrer el archipiélago como mochilero y volver con un regalo para su mujer: agua de iceberg. “Pensé que podía hacer lo mismo para más gente, y ayudar a esta comunidad”, aclara. Y fundó Svalbardi, una marca de agua de lujo que jura ser la más pura jamás comercializada.
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Hace tiempo, eso sí, que ya no es la única. Iceberg water vende lo que indica su nombre. Quidi Vidi destila icebergs de 20,000 años para hacer una cerveza. Auk Island Winery mezcla el agua de estos hielos con uvas, y Canadian Iceberg Vodka Corporation los convierte en un destilado a base de fécula de patata. Especuladores de todo el mundo buscan explotar los icebergs en las costas de Canadá, Groenlandia y Noruega.
Quieren capturarlos y convertirlos en artículos de lujo. Al principio la idea sonaba tan romántica como rocambolesca: cazadores de icebergs que surcaban el Ártico en busca del agua más pura del planeta. Pero el mercado se ha asentado e incrementado.
Empresarios como Qureshi aprovechan también una oportunidad. Con el calentamiento global, los mares se llenan de icebergs, que se derriten aumentando el nivel del mar. De hecho las empresas del sector aseguran que pueden revertir este efecto indeseado. El eslogan de Svalbardi es: “Prueba el Ártico para salvar el Ártico”.
Julio Barea, responsable de la campaña de aguas de Greenpeace, rebate: “Es absurdo. Los polos están perdiendo 500 gigatoneladas de hielo anuales, ¿cuántos icebergs va a retirar esta gente?”. Preguntado, Qureshi replica que depende del año: “En general, entre tres o cuatro toneladas anuales”. “Una gota en el mar”, según el responsable de Greenpeace, que subraya que la contaminación que supone la captura, refrigeración y comercialización de esta agua, es peor que el supuesto beneficio.
Greenpeace ve insostenible cualquier comercialización de agua embotellada. “Pero no es lo mismo el recorrido de Bezoya, que de Segovia va hasta Sevilla, que un agua cogida en el Ártico que va a Emiratos Árabes”, matiza Barea.
Qureshi se defiende esgrimiendo el certificado de empresa libre de carbono. “Solo utilizamos icebergs que ya están flotando en el mar y se van a derretir. Estamos en contacto constante con las autoridades para evitar salir cuando haya fauna marina migrando o cazando, y son icebergs tan pequeños que su retirada no tiene ningún impacto en los animales”, agrega.
Beber agua de iceberg puede parecer exótico por estas latitudes, pero en el Ártico llevan siglos haciéndolo. Los inuit cortan trozos de estas masas de hielo para llenar las cantimploras para sus largas expediciones veraniegas en kayak. Hace décadas que la compañía Nukissiorfiit utilizan icebergs para suministrar agua a los 700 habitantes de Qaanaaq, Groenlandia, en el largo invierno.
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La situación ha cogido otro cariz cuando varios empresarios apostaron por llevar este recurso al resto del mundo. En la costa que separa Groenlandia de Terranova, el negocio ha encontrado su epicentro. El miedo de varios activistas es que esta fiebre acabe derritiendo los polos.
Hay empresas que parecen justificar este temor. En el verano de 2019 un empresario anunció el proyecto “Iceberg de los Emiratos Árabes Unidos”. La idea consistía en remolcar, desde la Antártida hasta el Mar Arábigo, un coloso de hielo de dos kilómetros de diámetro. Al final el proyecto hizo aguas.
“Los planes para transportar icebergs hasta regiones áridas existen desde hace mucho”, comenta el investigador antártico y geólogo Jerónimo López. “Pero chocan con la limitación de tener que afrontar distancias muy grandes”.
El uso del agua de glaciar es visto como una excentricidad de ricos, pero algún experto no descarta su potencial uso contra la sed del planeta. La mayoría de estudios optan por centrarse en otros métodos, como la captura de lluvia o la desalinización. Pero si la situación empeora, los icebergs seguirán esperando. Si no se los beben (o se derriten) antes.
Este texto apareció originalmente en El País, puedes ver el original aquí.
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