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A medida que se reduce la cubierta vegetal del planeta, la temperatura superficial de la Tierra va en aumento. Es lo que ha comprobado una investigación basada en el retroceso de bosques y selvas observado desde los satélites. Aunque el efecto del calor extra es local, la globalización de la deforestación está haciendo que este calentamiento termine siendo global.
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La serie de procesos que hay tras el cambio climático se expresa en un calentamiento global del planeta. El mecanismo más estudiado y señalado es el que conecta las emisiones de gases de efecto invernadero con el aumento de la temperatura. Hasta ahora, se veía a los árboles como cazadores de CO2, lo cual necesitan para vivir. Cada árbol menos, es más CO2 en la atmósfera. Pero hay otro mecanismo menos estudiado que también ayuda a enfriar la superficie y es la evapotranspiración vegetal que, como la sudoración en los humanos, ayuda a reducir el calor.
“Sabíamos que los bosques tiene un papel a la hora de regular la temperatura de la superficie y que la deforestación afecta al clima, pero esta es la primera evaluación global que nos ha permitido mapear sistemáticamente los mecanismos biofísicos que hay detrás de estos procesos”, dijo en una nota el investigador del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea (JRC) y principal autor de la investigación, Gregory Duveiller.
Esta evaluación global ha rastreado los cambios en la cubierta vegetal mundial en lo que va de siglo. Partían de la base de que una selva amazónica, un bosque mediterráneo o los campos de cereal afectan de forma diferente al balance energético.
“Diferentes tipos de vegetación evapotranspiran a ritmos diferentes y, por tanto, refrescando la temperatura local en diferente grado”, explicó Duveiller.
Además de la evapotranspiración, de los varios mecanismos biofísicos que afectan a la interacción entre tipo de cubierta vegetal y el clima local, el más importante es el efecto albedo. Se trata de la capacidad que tiene una superficie de reflejar más o menos radiación solar, es decir, devolver más o menos calor al espacio. La nieve, por ejemplo, tendrían un albedo muy elevado, cercano al 90% de la radiación incidente, mientras que un bosque rondaría entre el 8% y el 10%.
La investigación, publicada en la revista Nature Communications, ha estimado cuánto se calienta una zona tras el cambio en el uso del suelo. En promedio, las perturbaciones en el balance de energía provocadas por los cambios en la cubierta vegetal han provocado un aumento de la temperatura de 0.23°C en esas áreas. Un cuarto de grado no parece mucho, pero es el incremento que ha habido solo entre 2000 y 2015 (periodo estudiado).
Además, localmente, el calentamiento puede ser de varios grados. Este incremento se suma al calentamiento provocado por el CO2. Se produce así un doble impacto: el local, sobre el área deforestada y los que viven en ella, y global, sumando más calor al cambio climático en curso.
Cada transición en el uso de la tierra tiene un impacto diferente. No es lo mismo deforestar una selva para cultivar palma o soya que usar el terreno como pastizal para el ganado. El segundo aumenta su efecto albedo, pero, al haber menos verde, reduce al mismo tiempo su capacidad de evapotranspiración. En ese delicado balance, el enfriamiento o el calentamiento depende de cuál de los dos procesos acaba imponiéndose.
Los investigadores comprobaron así que, en las latitudes más altas, en las regiones boreales, la perdida de árboles eleva de inmediato el albedo de la superficie, nevada buena parte del año. Aquí apenas han detectado calentamiento. De hecho, han comprobado lo contrario.
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En cambio, en zonas tropicales dominadas por especies arbóreas de hoja ancha y perenne, la deforestación en favor de la agricultura o la ganadería elevan el albedo de la superficie, pero eliminan la regulación térmica que producía la transpiración de los árboles.
“Reemplazar las selvas tropicales de hoja ancha perenne por cualquier otro tipo de vegetación provoca un mayor aumento de la temperatura local de la superficie que en cualquier otro bosque”, comentó el investigador del JRC.
Y añadió: “convertirlas en otra cobertura vegetal (deforestación) no podrá ser compensado plantando un área equivalente de bosques en otras latitudes”. Así que, como dicen los autores, si toda deforestación es negativa, las selvas tropicales son “el tipo tipo de vegetación que más merece la pena conservar”.
Este texto apareció originalmente en el diario El País, puedes encontrar el original aquí.
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