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Un año después del devastador paso del ciclón Idai, que terminó con la vida de más de un millar de personas en Mozambique, Zimbabue y Malaui, cerca de 100,000 personas permanecen desplazadas a raíz de esta catástrofe climática.
Considerado el peor desastre natural de la historia reciente del sudeste africano, con más de 600 muertos solo en Mozambique y al menos 344 en Zimbabue, los dos países más castigados, Idai reveló ante los ojos del mundo las consecuencias demoledoras de un clima cada vez más extremo.
“Podemos considerar a Beira como la primera ciudad completamente devastada por el cambio climático”, alertó entonces la ex primera dama mozambiqueña y última esposa de Nelson Mandela, Graça Machel, en referencia a la urbe-epicentro de este tifón, Beira centro de Mozambique, devastada en un 90%.
Hace un año, el ciclón tocó tierra en esa zona de la antigua colonia portuguesa, con vientos huracanados que arrasaron a una velocidad de hasta 200 kilómetros por hora.
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Idai hizo a 1.8 millones de personas dependientes de asistencia humanitaria solo en Mozambique y, junto a la devastación causada tres semanas después por la irrupción de un segundo ciclón (Kenneth), destruyó o dañó las viviendas de más de 285,000 personas.
De acuerdo con diversas ONG como CARE International, Oxfam y Save the Children, todavía hoy cerca de 100,000 personas continúan viviendo en campamentos improvisados como consecuencia del tifón, sin acceso a saneamiento básico y con riesgo de padecer cólera y otras enfermedades.
Esos damnificados también son vulnerables ante futuros golpes climáticos en una región donde las temperaturas aumentan al doble de velocidad que la tasa mundial, según estudios científicos.
“Las personas y los países más vulnerables se ven obligados al sufrimiento mientras el resto del mundo aguarda a que los principales países emisores hagan su parte y reduzcan a la mitad las emisiones globales de CO2 para 2030”, recordó en un comunicado Marc Nosbach, director en Mozambique de la ONG Care International.
A unos 400 kilómetros al oeste de Beira, en la ciudad zimbabuense de Chimanimani, Burden Makururu recuerda como los vientos y las fuertes tormentas arrasaron con todo.
“Todas las casas fueron destruidas por el lodazal y las rocas desprendidas de las montañas”, rememora en el suburbio de Ngangu, entonces el más poblado de Chimanimani, en declaraciones a Efe.
“Mi madre, mis dos hermanas, mi tío y mi padrastro, todos murieron allí”, explica Makururu, señalando un lugar ahora cubierto por enormes rocas; “hallaron el cuerpo de mi padrastro a 200 metros más abajo en la ladera después de casi tres días”.
Un año después, la principal carretera asfaltada que conduce a esta ciudad ha sido finalmente reabierta y sus puentes reconstruidos, pese a que muchas de las rocas arrastradas todavía descansan en las cunetas.
Desplazado forzoso de Chimanimani, Kelvin Charamba, de 35 años, sobrevive junto a su mujer y su hija en el campamento de Garikai, erigido por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), donde además recibe alimentos de emergencia como aceite y frijoles.
Su hija de cinco meses, Faith, nacida después del ciclón, no conoce otro hogar que las tiendas de lona azul y blanca de este campamento.
“Mi casa fue devorada por el ciclón Idai, totalmente destruida. Estamos esperando a que el Gobierno encuentre un lugar seguro donde podamos quedarnos”, musita Charamba.
Una reconstrucción y una vuelta la normalidad ralentizada por la ausencia de fondos, según denunció el Gobierno de Mozambique este miércoles, cuando aseguró haber recibido menos de una cuarta parte de los 3,200 millones de dólares que el Banco Mundial y las Naciones Unidas estimaron como necesarios para la recuperación del país.
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“Hasta ahora, se han firmado acuerdos y memorandos con nuestros socios de cooperación por un valor de 706 millones de dólares”, recordó el ministro mozambiqueño de Obras Públicas, Joao Osvaldo Machatine.
Además de necesidades materiales, muchos de los afectados por esta catástrofe sufren también graves secuelas psicológicas tras haber perdido a sus seres queridos; algunos de los cuales se hallan todavía en paradero desconocido.
Más de 250 personas siguen desaparecidas en Zimbabue, según reveló a Efe Jacqueline Anderson, fundadora de Miracle Missions, una de las organizaciones que ofrecen asesoramiento psicológico a las víctimas. Se cree que los desaparecidos fueron sepultados en los deslizamientos de tierra, aplastados bajo las rocas o arrastrados por caudalosos ríos rumbo a la vecina Mozambique.
“Es duro, porque no se han encontrado cuerpos. La gente todavía está buscando a sus seres queridos. Aún no se creen que estén muertos”, medita Anderson. “Vamos a necesitar mucho más tiempo para superar este trauma”.
Este texto apareció originalmente en La Vanguardia, puedes ver el original aquí.
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