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El mundo poco a poco se prepara para enfrentar el cambio climático. Pero la inusual frecuencia con que se repitieron en 2017 fenómenos devastadores, parece mostrar que comenzamos la lucha demasiado tarde.
Las olas de calor se hicieron habituales en 2017 en todo el mundo, provocando sequías, incendios forestales y muertes. Australia comenzó el año con temperaturas de cerca de 50°C y el sur de Europa vio llegar los termómetros, con la ola “Lucifer“, más allá de los 40°C en julio y agosto. En India, en tanto, se vivieron jornadas dramáticas.
A comienzos de 2017, los científicos descubrieron que el blanqueamiento de los corales de la Gran Barrera en Australia era peor de lo que se pensaba. En algunos puntos, más del 70% del coral ha muerto. Los expertos advierten que para 2050, el 90% de los corales habrá desaparecido. El aumento de la temperatura del mar y la acidificación de los océanos son los principales responsables.
Los conflictos armados están empujando a millones de personas a dejar sus hogares o vivir en situaciones precarias, un escenario que el cambio climático empeora. La falta de recursos incrementa el riesgo de conflicto y hace que la vida sea aún más dura para los refugiados. Por ejemplo para las familias del Sudán del Sur, que deben huir hacia Uganda o Kenia, donde la sequía va en aumento.
Desde Nueva Zelanda a España, desde California hasta Groenlandia y Chile: el mundo ha sido testigo de una serie de incendios forestales continuos y el calentamiento global ha sido identificado como el responsable de su aumento. Amplias zonas de la península ibérica se vieron envueltas por las llamas, mientras los bomberos en California no descansaron en seis meses.
Los huracanes María e Irma, que azotaron el Caribe en agosto y septiembre, fueron solo dos de los fenómenos más destructivos del año. La lista de tormentas también incluye a Ofelia en Irlanda, Harvey y Nate en América Central y Estados Unidos, y Xavier y Sebastian en Alemania. El calentamiento de la superficie del océano ha aumentado la evaporación, y esa agua fortalece las tormentas y huracanes.
En julio, un gigantesco iceberg se desprendió de la barrera de hielo Larsen, una de las mayores de la Antártica, reduciendo su área en más de un 12%. Si bien esto forma parte de los procesos naturales en la existencia de los icebergs, los especialistas han vinculado el retroceso de las plataformas antárticas con el calentamiento global.
El deterioro de la calidad del aire causa miles de muertes en el mundo. La capital de India, Nueva Delhi, es una de las ciudades más contaminadas. En noviembre, amplias zonas del norte indio y de Pakistán fueron invadidas por una capa de esmog que transportaba material particulado peligroso. Las escuelas tuvieron que cerrar y los hospitales se llenaron de pacientes con problemas respiratorios.
Los elevados niveles de dióxido de carbono en la atmósfera representan una amenaza para los océanos, ya en peligro debido a la contaminación con plástico, sobrepesca y calentamiento de las aguas. La acidificación de los océanos podría convertir al mar, que cubre dos tercios de la superficie del planeta, en un lugar hostil para la vida marina. Y sin animales marinos todo el ecosistema está en riesgo.
Las tormentas a menudo provocan subidas repentinas en los niveles de las aguas y deslizamientos de tierra. A fines de diciembre, más de 230 personas murieron en la isla filipina de Mindanao tras el paso de una tormenta. Inundaciones similares se vieron en 2017 en Vietnam, Perú y Sierra Leona. En Grecia y Alemania también se vivieron los efectos de las lluvias torrenciales.
Este texto apareció originalmente en DW, puedes encontrar el original aquí.
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