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Científicos españoles señalan que la actividad turística está afectando la calidad del aire más puro del planeta.
Decepción es uno de lugares más visitados de toda la Antártida. Cada día atraviesan los Fuelles de Neptuno y acceden a la bahía veleros, yates, barcos y cruceros que llegan para descubrir esta isla volcánica donde conviven el hielo y el fuego.
No todas las embarcaciones tienen permiso para desembarcar pasajeros, solo aquellas que llevan a bordo un número limitado. Los turistas buscan las playas donde la temperatura del agua puede superar los treinta grados. Claro que no siempre lo consiguen.
“Aquí hay normas muy estrictas sobre lo que los visitantes pueden o no hacer. En la isla existen puntos donde no se pueden acceder. En este caso están en un lugar sin prohibiciones aunque lo que no pueden hacer de ninguna manera manipular el terreno, como por ejemplo hacer piscinas artificiales”, informó el Comandante Joaquín Núñez, jefe de la base Gabriel de Castilla que a menudo recibe visitas en la base.
Los visitantes coinciden a la hora de describir la naturaleza del lugar y también en el diagnóstico de la actividad turística.
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“La Antártida representa la última frontera de la Tierra. Yo creo que el turismo puede ser algo bueno si se limita y si las personas que venimos aquí se conciencian primero y después transmitimos la importancia que tiene este lugar”, apunta Lilly que ha venido desde Australia con su hijo de once años al que le encanta la geología.
El número de turistas en la Antártida no deja de aumentar. Este año se esperan 80,000 en todo el continente helado aunque la realidad es que todo el mundo visita siempre las mismas zonas.
“La cifra impone, pero si se controla creo que se podría alcanzar un acuerdo para que no se supere. En cualquier caso no será fácil. Estamos ante un asunto muy delicado y difícil de gestionar”, confiesa Antonio Quesada, Secretario Técnico del Comité Polar Español.
“Nos falta, además, investigación. En lo referente al turismo dependemos del sentido común que sugiere que no debemos acercarnos a menos de diez metros de los animales. Pero eso quién lo dice y por qué. Desconocemos realmente a partir de qué distancia existe un impacto. El problema que no sabemos los efectos acumulativos que puede generar la actividad turística. Lo importante no es que un grupo pueda tener una influencia en una pingüinera, sino que todos los días vayan seis grupos de veinte personas durante cuatro meses. Ahora contamos con grupos de investigación que estudian esto”, apunta Quesada.
La ciencia tiene mucho que decir todavía, aunque el impacto del ser humano en un ecosistema tan prístino parece evidente.
“A los pingüinos sí les afecta. Aunque en las zonas visitadas se acostumbran a la presencia humana, se ha visto que los individuos que vuelven a las colonias a criar prefieren zonas más tranquilas y esto hace que las poblaciones más visitadas disminuyan el número. También hemos visto que los individuos de colonias más visitadas presentan mayores niveles de contaminantes y alteraciones de la respuesta inmune”, advierte el biólogo Andrés Barbosa.
En la Antártida no solo soplan los vientos más fuertes del planeta y se registran las temperaturas más bajas. También es posible respirar el aire más puro del mundo.
“Nosotros determinamos la calidad del aire estudiando el particulado atmosférico mediante un captador en el que existe un filtro sobre el que se depositan las partículas”, explica Jorge Cáceres, investigador principal del grupo de química láser de la Universidad Complutense de Madrid.
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“No solo cogemos muestras del aire, sino también del agua, de la nieve, del suelo e incluso de las heces de los pingüinos ya que la mayor parte de las partículas en el aire proceden del suelo. Los resultados nos señalan un aumento de ciertos metales pesados”, indica César Marina, investigador del mismo grupo.
“Desde el año 2016, cuando iniciamos las mediciones hemos registrado una concentración 900 veces más elevada de plomo y 800 de cromo respecto a los valores normales. Uno de las fuentes es la actividad turística”, sostiene Cáceres.
Este texto apareció originalmente en La Voz de Galicia, puedes ver el original aquí.
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